Por Josué Hernández
La libertad no es gratis, tiene
un precio, y el precio es alto. Nunca la libertad ha sido gratis y fácil. Las
muertes ocurridas en el campo de guerra por la libertad, y para ella, nos
indican el alto precio de la libertad. Por ejemplo, las muertes en la segunda
Guerra Mundial se cuentan entre 40 a 50 millones. La libertad siempre ha
demandado un sacrificio supremo.
El problema subyacente en la
lucha por la independencia nacional fue el de quitar el yugo opresor. Sin
embargo, un yugo mayor ha mantenido cautivo al hombre como resultado de su
pecado personal. Cristo dijo, “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo
es del pecado” (Jn. 8:34). Una vez que el individuo comienza a pecar,
sucumbe a un sistema de esclavitud del cual no podrá librarse. Sin embargo, el
amor de Dios, y su rica gracia, hacen posible la libertad del pecado, pero no
sin sacrificio.
La libertad del pecado ha sido
hecha posible por un sacrificio supremo. Ninguno podría hacer posible la
libertad de su prójimo porque todos han pecado (Rom. 3:23) y están atrapados en
la misma esclavitud (Rom. 6:20). Los sacrificios de animales no podrán expiar
el pecado (Heb. 10:4). Ninguno podría redimirse a sí mismo por buenas obras,
debido que merece la paga por sus pecados (Rom. 6:23).
Sin embargo, a pesar de nuestra
inhabilidad e incapacidad para hacer posible nuestra propia salvación, Cristo
murió por nosotros (Rom. 5:6-8). La intervención a nuestro favor del santo Hijo
de Dios era la única esperanza para nosotros, “Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8).
El sacrifico de Cristo proporciona
lo que el hombre no puede, el medio eficaz para nuestra libertad del poder del
pecado. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Jn. 3:16).
Sin embargo, hay un precio
personal que cada uno debe pagar si quiere disfrutar de la libertad disponible
en Jesucristo. Este precio también es uno alto. Cada cual debe morir a sí mismo.
El apóstol Pablo describió este sacrificio, “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gal. 2:20).
Esta muerte personal al ego y al
pecado ocurre cuando uno mediante la fe se une a Cristo y su sacrifico en el
bautismo. “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo
Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente
con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los
muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”
(Rom. 6:3,4).
No obstante, la libertad del
pecado no viene solamente uniéndonos mediante la fe a Cristo al ser bautizados
en su sacrificio. Los cristianos han sido llamados a pagar un precio de por
vida para seguir disfrutando de esta libertad en Cristo. “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc.
9:23; cf. Rom. 12:1,2).
Los discípulos de Cristo han sido
llamados a negarse a sí mismos, muriendo a sus deseos egoístas, para seguir a
su Maestro. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:33; Mat. 28:19,20).
La libertad no es gratis, nunca
lo fue, y nunca lo será. La libertad viene con una etiqueta de precio alto. La
libertad del pecado requirió la muerte de nuestro Salvador Jesucristo, requiere
que nos unamos a él mediante la fe en el bautismo, requiere que nos dediquemos
a él, en lugar de dedicarnos a nosotros mismos.
Cristo pagó el precio de nuestra
libertad, ¿estamos dispuestos a pagar el precio para ser sus discípulos? Cristo
puso nuestro bienestar antes que el suyo propio, ¿cómo responderemos a su amor?