Por Josué Hernández
“Tú, pues, que enseñas a otro,
¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú
que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos,
¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley
deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado
entre los gentiles por causa de vosotros” (Rom. 2:21-24).
La vida del pueblo judío en
general no correspondía a los altos privilegios que tenían como nación, había
inconsecuencia flagrante entre su enseñanza y su conducta (cf. Mat. 23:23). Se
gloriaban en la ley de Moisés, como leemos en el argumento del apóstol Pablo
(Rom. 2:17-20), pero deshonraban al Dios que les proporcionó dicha ley
desobedeciéndolo continuamente.
Por su conexión física con
Abraham, siendo de la raza elegida, y circuncidados, se imaginaban a sí mismos
como herederos de la vida eterna, a la vez que estaban bajo condenación al
practicar lo que condenaban en los demás. Los judíos al igual que los gentiles
debían reconocer la necesidad de obedecer al evangelio (Rom. 6:17; cf. 10:16)
haciéndose siervos de la justicia (Rom. 6:18,22).
El mundo juzga al Dios cuya
doctrina es anunciada por la vida de quienes la pregonan, y la conducta de los
judíos en general facilitaba la blasfemia del mundo (cf. Is. 52:5; Ez.
36:20-23). Así también hoy, el mundo podrá por nuestra conducta glorificar a
Dios o blasfemar su nombre.
Podríamos cometer el mismo error
Dejando de velar en sobriedad
(cf. 1 Ped. 5:8) podríamos sentirnos muy seguros por la conexión física con
nuestros padres piadosos, predicadores famosos, o hermanos fieles en general. Tal
vez podríamos llegar a confiarnos de ser herederos de la salvación por seguir
las tradiciones y prácticas comunes de la iglesia, y llegar a proceder como los
judíos a quienes Pablo señaló. Podríamos imaginarnos como herederos de la vida
eterna por conexiones y filiaciones como las descritas anteriormente a la vez
que condenamos con vehemencia las obras de la carne en las cuales también
participamos (Gal. 5:19-21).
Cristo demanda consecuencia entre nuestra predicación y nuestra conducta
El Señor Jesucristo requiere de
sus discípulos una conducta propia de los ciudadanos del reino de los cielos la
cual facilite la conversión de otros y la gloria de Dios. Él dijo: “Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16), y
agregó, “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat.
28:20).
Debido a lo anterior, todos los
escritos del Nuevo Testamento vestirán la doctrina con ropa de trabajo,
exhortando y amonestando al pueblo de Dios a un comportamiento consagrado. “Porque
la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada
y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien
se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para
sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende
con toda autoridad. Nadie te menosprecie” (Tito 2:11-15).
Un autoexamen necesario
Varias preguntas podemos
hacernos, examinándonos a nosotros mismos (cf. 2 Cor. 13:5), por ejemplo, ¿es nuestra conducta para la gloria de Dios o una simple
hipocresía? ¿Estamos practicando lo que condenamos a otros? ¿Nos estamos
engañando por amistades o filiaciones a la vez que desobedecemos a Dios? ¿Qué
ve el mundo en mi proceder matrimonial y familiar? ¿Hago trampa procurando engañar al gobierno? ¿Mi conducta se vuelve otra cuando estoy lejos de mis hermanos en Cristo?
“Por tanto, ceñid los lomos de
vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se
os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os
conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino,
como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra
manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1
Ped. 1:13-16)