Por Josué Hernández
El verbo “creer” y el sustantivo “fe”,
se usan en la Biblia, básicamente en la misma forma en que los usamos en
nuestro día a día, salvo que en la sagrada Escritura se usan respecto a la
salvación del hombre. No obstante, la fe siempre incluye “certeza” y “convicción”
(Heb. 11:1).
Algunas de las conclusiones más populares
respecto a la fe en Dios son desconocidas en el registro inspirado, y debieran ser
abandonadas. Por ejemplo, la noción general de que el hombre no puede creer
sobre la base de la evidencia presentada, por líneas deductivas que lleven a
una conclusión ineludible. Porque en general, se cree que Dios proporciona la
fe al individuo directamente.
La fe por un
proceso natural
Por una lectura cuidadosa de la sagrada
Escritura, aprendemos que la fe para salvación se produce mediante un proceso
natural de la mente humana al convencerse por la evidencia del evangelio (1
Cor. 1:21; Hech. 15:7; Rom. 10:17), así pues, alguno llegará a creer por el
informe de otros (cf. 1 Cor 15:1-11) el cual es concordante con la revelación anterior
(cf. Mar. 1:15; Luc. 24:44).
En este sentido, no hay
diferencia entre creer lo que nos digan sobre el evangelio, y lo que nos digan
sobre algún evento humano de la historia. Es decir, siempre creeremos sin ver, ya
sea por la información de testigos o por la evidencia (cf. Jn. 20:29; Hech. 1:8),
algo en lo cual nuestro propio sistema legal está basado.
Lamentablemente, no son pocos los
que afirman una fe mística, que se produce sobrenaturalmente en el corazón, por
alguna operación directa del Espíritu Santo. Una doctrina tan contraria a las sagradas
Escritura como pocas, al contrastarla con la afirmación del apóstol Pablo, un
hombre inspirado, quien dijo, “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la
palabra de Dios” (Rom. 10:17).
El proceso es muy sencillo, y nada
misterioso. Se predica la palabra de Dios, los oyentes deciden creer el mensaje,
y se convencen de lo afirmado en el evangelio (cf. Hech. 18:8; 1 Tes. 2:13).
Nunca encontraremos en el
registro inspirado a siquiera un creyente que llegó a convencerse de la voluntad
de Dios aparte del evangelio (cf. Mat. 13:18-23; 28:19,20).
Este mismo proceso sucede con
toda información que llega a nosotros. Cada cual evalúa la información, y
decide si creerla o no. La fe para salvación no es diferente, en este sentido, a
la fe que tenemos sobre muchas otras cosas de la vida.
Entonces, todo sistema de
creencias que nos impulse a creer en base a emociones y sentimientos
necesariamente es erróneo, y debe ser abandonado como doctrina de demonios, que
cautiva con fábulas que nos alejan de la confianza y obediencia a Jesucristo (1
Tim. 4:1,2; 2 Tim. 4:4).
El Padre nos trae
a Cristo
Si alguno vendrá a Cristo, será
porque el Padre le ha traído: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me
envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:44).
La pregunta es, ¿cómo nos trae el
Padre a Cristo? Y el Señor Jesús nos indica cómo, “Escrito está en los
profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al
Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Jn. 6:45).
Es evidente que el Padre nos trae
a Cristo mediante la enseñanza, y el aprendizaje nuestro. Con razón leemos del
énfasis en la enseñanza y el aprendizaje de la palabra de Dios como la forma
para producir la fe (Rom. 1:15-17).
Conclusión
Si Dios directamente obra en el
corazón antes de que alguno crea, ¿cómo podría ser alguno responsable de no
creer a Dios? Y, ¿por qué todos los que creyeron al evangelio siempre fueron oyentes
del evangelio (Mar. 16:15,16).
Dios nunca ha esperado más de lo
que el hombre puede rendir (cf. Mar. 12:30,31). No obstante, cualquier doctrina
que ubica a Dios en una posición de condenar o salvar, aparte de la libertad
personal humana, ha de ser descartada como no bíblica.