Por Josué Hernández
Muchos están convencidos que de
alguna experiencia de encuentro personal con Dios es necesaria para la salvación.
Afirman que, en el momento en que ocurre dicha experiencia, el pecador llega a
ser salvo. La conclusión, por lo tanto, es que, sin tal experiencia personal de
encuentro con Dios, no hay salvación.
A esta fábula religiosa se le
agrega el concepto de expresar el testimonio personal delante de la asamblea,
donde varios atestiguan experiencias religiosas diversas, como parte integral
de su culto a Dios. Y es común que los miembros de este tipo de organizaciones
religiosas carismáticas tengan muchos testimonios que contar sobre experiencias
religiosas aparte del evangelio.
Y, para que la experiencia
religiosa sea aceptable como una de salvación, dicha experiencia debe ser fuera
de lo común, y la persona debe sentir la salvación como resultado de tal vivencia.
Sin embargo, no leemos de tales
experiencias de salvación en el registro inspirado. Siempre que alguno fue
salvo en Cristo, llegó a serlo por la predicación del evangelio y la gracia de
Dios conferida al momento de su obediencia (cf. Hech. 2:38,41,47).
El caso de Saulo nos ilustra una
experiencia real de encuentro con el Señor, cuando Saulo iba camino a Damasco
(Hech. 9:3-5). Sin embargo, lo sucedido a Saulo no sucedía a todos los
cristianos. A Dios le agradó salvar a los creyentes por la predicación, como el
mismo Pablo lo afirmará (1 Cor. 1:21; 2:1-5; Ef. 1:13; 1 Tes. 2:13). No hay
registro en el Nuevo Testamento de experiencias de salvación aparte del
evangelio que ocurrían a todos los cristianos.
Es muy importante destacar que Saulo
no llegó a ser salvo por tal experiencia camino a Damasco. Lucas nos informa que,
a Jesucristo Saulo preguntó, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hech.
9:6). La respuesta del Señor debe ser tomada en cuenta: “el Señor le dijo: Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hech. 9:6).
A pesar de su experiencia, Saulo
debía hacer algo, algo particular que no le fue predicado sino tres días después
(Hech. 9:8,9). Aquí tenemos a un creyente sincero, convencido totalmente, y arrepentido,
pero que a pesar de su experiencia religiosa no es salvo, pues requiere
obedecer al evangelio (cf. Rom. 10:16; 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 4:17).
La salvación fue otorgada a Saulo
tres días después de su encuentro con Cristo, cuando Ananías le expuso las
condiciones del perdón, diciéndole, “Ahora, pues, ¿por qué te detienes?
Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hech.
22:16).
La Biblia nos informa que la
sangre de Cristo fue derramada para el perdón de los pecados (Mat. 26:28; Apoc.
1:5), y que el perdón se alcanza cuando el creyente arrepentido culmina su
obediencia a Dios llegando a ser bautizado para lavar sus pecados (Hech. 22:16),
es decir, para el perdón de sus pecados (Hech. 2:38).
¿Experiencias religiosas de
salvación? No puedo creer tal cosa cuando la Biblia indica al evangelio de Cristo
como el poder de Dios para nuestra salvación (Rom. 1:16,17).