No tenemos que pecar


Por Josué Hernández
 

El libro de Jeremías contiene una descripción triste de la gente de Jerusalén: “¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que caigan; cuando los castigue caerán, dice Jehová” (Jer. 6:15).

El problema que ellos tenían era que ya no sentían vergüenza por sus pecados. Me temo que algunos hermanos están desarrollando la misma desvergüenza. No estoy hablando de la rebelión en contra de Dios y la glorificación de la maldad. Me refiero a la etapa que precede a esto, la creencia de que el pecado es normal y de esperarse entre el pueblo de Dios.

¿Con qué frecuencia algunos hermanos afirman públicamente que nosotros somos débiles y pecamos a menudo? ¿Con qué frecuencia oímos hablar de que los cristianos no pueden vivir un día, o incluso una hora, sin pecar? ¿Con qué frecuencia usted oye a predicadores del evangelio que afirman que ellos mismos a menudo y regularmente pecan cediendo a la tentación?

Ciertamente, no debemos ignorar el pecado. Si somos “débiles” debemos ser más fuertes. Si pecamos, debemos arrepentirnos y buscar el perdón de Dios. Si regularmente cedemos a la tentación, debemos crecer y aprender a resistir.

Entonces, si las condiciones anteriores existen, debemos reconocerlas como un grave problema. Para los cristianos, el pecado es una vergüenza que no se acepta ni se espera. 

Pecamos cuando tomamos la decisión de pecar.  Pueden existir muchos factores que nos conducen a tomar la decisión de pecar, pero todo se reduce a nuestra propia elección.

Debemos dejar de pensar que el pecado es normal entre el pueblo de Dios. El pecado es normal entre los del mundo. Los cristianos somos diferentes. Dios provee de una vía de escape para cada tentación (1 Cor. 10:13). 
El apóstol Pedro afirmó que hay cosas que el cristiano puede hacer y así “no caeréis jamás” (2 Ped. 1:10). El apóstol Juan escribió “para que no pequéis” (1 Jn. 2:1). Jesús le dijo a la mujer sorprendida en adulterio “no peques más” (Jn. 8:11).

Cristo vino para darnos libertad “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn. 8:36). 
¿Desea la libertad o la esclavitud? La elección depende de usted.

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