Por Josué Hernández
Algunos contaban al Señor cómo Pilato (el
gobernador romano) había ejecutado a ciertos galileos, cuya sangre salpicó sus
sacrificios (Luc. 13:1). Conociendo
sus corazones, el Seños les corrigió de pensar que tales galileos, por sufrir
semejante muerte, eran más pecadores que todos los galileos (v.2), y reforzó su
punto indicando una tragedia similar, cuando una torre en Siloé cayó sobre
dieciocho y los mató, para reiterar la advertencia por la necesidad del
arrepentimiento (v.3,5).
Hay quienes entienden esta advertencia de Cristo como
una referencia a la destrucción de Jerusalén, en el año 70 D.C.
Independientemente de aquello, la amonestación de Jesucristo es un llamado urgente
al arrepentimiento. Las tragedias de la vida, más que invitarnos a una
reflexión por su causa, o una discusión teológica por su fuente, nos deben
mover a examinarnos si estamos o no arrepentidos.
¿Karma?
Jesucristo rechazó la filosofía del karma,
aquella supuesta energía trascendente (invisible e inmensurable) que se genera
a partir de los actos de las propias personas, según la cual cada uno de
nosotros se merece lo que le sucede.
Ciertamente nuestras acciones producirán
consecuencias (Gal. 6:7). Sin embargo, es errónea la noción de que aquellos que
murieron de manera tan trágica fueron más pecadores que los demás (Luc. 13:1-5).
¿Qué, o quién, ocasiona el sufrimiento?
Transgredir leyes naturales ocasiona
sufrimiento: Leyes de causa y efecto. Leyes de acción y reacción. Leyes de
siembra y cosecha. Por ejemplo, exponernos a productos químicos y a la
contaminación, saltar de un edificio, el descuido o malas decisiones, la glotonería,
la embriaguez, el exceso de trabajo, o el exceso de sueño. No obstante, muchas veces, leyes
naturales se transgreden por maldad: Pecado de los padres que afecta a los
hijos (cf. Ex. 20:5). Pecado de los hijos que afecta a los padres (Prov.
17:25). Pecados en general que afectan a otros (2 Sam. 12:10; Jer. 15:4).
Abandonar la fe (2 Tim. 4:10).
Satanás ocasiona mucho
sufrimiento en el mundo, para apartarnos de Dios: El caso de Job (Job 1:6-12;
2:1-6). El caso de la persecución y la apostasía (1 Ped. 5: 8-9; 2 Tes. 2:1-12;
1 Tim. 4:1).
Dios puede permitir que Satanás
nos aflija: Con un aguijón (2 Cor 12:7-10). Con diversas pruebas (Sant. 1:2-4).
Con fuego sobre nuestra fe (1 Ped. 1:6,7; 4:12; 5:8-10). Pero, Dios no dejará a Satanás
actuar sin algún límite: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea
humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis
resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que
podáis soportar” (1 Cor. 10:13).
La Biblia enseña que Dios castiga
a sus hijos, tanto en el Antiguo Testamento (Deut. 8:5; Prov. 3:11,12; Am. 4:6-12) como en el Nuevo
Testamento (Heb. 12:5-8; Apoc. 3:19). Además, la Biblia nos instruye a creer que los propósitos del castigo de Dios son
para nuestro bien:
- No por deleite (Lam. 3:31,33).
- Para nuestro arrepentimiento (Heb. 12:9-11).
- Para que no seamos condenados (1 Cor. 11:31,32).
- Para que abramos los ojos (Apoc. 2:20-23).
Sabemos lo
suficiente
Nuestro sufrimiento podría
ocurrir porque: Ha sido transgredida alguna ley de la naturaleza, incluso sin
que seamos responsables moralmente. Tal vez, Satanás quiere destruirnos, porque
somos justos ante los ojos de Dios. Incluso, es posible que Dios nos ha
castigado. Y si fuera así, es porque él nos ama y no quiere que seamos
condenados.
No siempre podemos determinar si
determinado sufrimiento es castigo de Dios, es una obra de Satanás, o es una
consecuencia natural. Muchas veces no podemos saberlo. Pero, podemos saber qué
hacer.
Si partimos de la base que Dios
nos ama y que anhela salvarnos, examinemos nuestras vidas, y nuestra relación
con él. Si el sufrimiento es de Dios, que cumpla su propósito en nuestras
vidas. Si el sufrimiento es de Satanás, que se frustre su propósito. Si no
sabemos la razón del sufrimiento, siempre podemos obedecer al evangelio.
No pensemos que las personas que mueren
trágicamente son más pecadores que nosotros, porque: Todos hemos pecado (Rom. 3:23),
y un solo pecado nos condena
como transgresores (Sant. 2:10), y la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23;
Apoc. 21:8). Es decir, si no nos arrepentimos, nuestro fin no será menos trágico que
el de los demás pecadores.