Por Josué Hernández
Vivimos en una sociedad
relativista, donde no hay absolutos, donde la verdad moral no existe, y donde la
vida en sociedad queda subordinada a una doctrina colectivista según la cual todos
somos directa e igualmente responsables por la necesidad de otros.
Se habla de derechos, derechos, y
más derechos, y nada se dice de los deberes y obligaciones individuales para
con la familia y la sociedad en general. Y cuando surge alguna necesidad, la
responsabilidad es rápidamente atribuida al gobierno, al municipio, a la
iglesia, pero no a la familia.
La responsabilidad
individual
Para los creyentes en la Biblia,
como la inerrante y completa revelación escrita de Dios al mundo, la
responsabilidad individual es intransferible a la colectividad general. La
palabra de Cristo enseña que el individuo es responsable de velar por los suyos,
es decir, su familia, y será un irresponsable el que deje de esforzarse por
cumplir sus obligaciones para con sus padres necesitados.
La Biblia favorece y promueve un sistema de propiedad privada
y de responsabilidades individuales, no colectivistas. Todo buen estudiante de
la Biblia sabe que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento promueven y
enseñan acerca de la propiedad privada y de la libre gerencia de la propiedad
personal (cf. Prov. 31; Hech. 5:1–4; Ef. 4:28).
Dios no sólo autoriza, sino que manda que el individuo sea
diligente en su conducta (Rom. 12:11) y que se ocupe en sus negocios (1 Tes.
4:11), para ganarse sosegadamente el pan de cada día (2 Tes. 3:12). Tanto así
que, “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tes. 3:10). El
trabajador sujeto a estos principios bíblicos-básicos trabajará “haciendo
con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que
tiene necesidad” (Ef. 4:28, LBLA).
La benevolencia y la iglesia local
La iglesia local ha sido autorizada para socorrer a los
santos necesitados (1 Cor. 16:1,2; 2 Cor. 9:1,12). Según el patrón neotestamentario
cada iglesia local procurará generosamente esta benevolencia (1 Cor. 16:1,2;
Hech. 2:44,45; 4:32-5:1). Hermanos tan pobres como los macedonios (2 Cor.
8:1-5) podrán reunir fondos para socorrer a hermanos en necesidad (Rom.
15:25,26). Sin embargo, la iglesia local no ha sido autorizada para ser gravada
con la responsabilidad de la familia (Ef. 6:2; 1 Tim. 5:8,16).
La benevolencia y
la familia
Hermanos en Cristo mal informados,
fácilmente responsabilizan a la iglesia local de toda clase de necesidades que
ellos tengan en su familia, exigiendo que la iglesia subsidie todo caso de
necesidad. Pero, no es correcto saltar de la responsabilidad individual para
atribuirla directamente a la iglesia local. La iglesia del Señor no es una
organización de asistencia social, sino “columna y sostén de la verdad”
(1 Tim. 3:15, LBLA).
Pablo, escribió por el Espíritu, “Pero
si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha
negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Tim. 5:8). Y luego agregó, “Si
algún creyente o alguna creyente tiene viudas, que las mantenga, y no sea
gravada la iglesia, a fin de que haya lo suficiente para las que en verdad son
viudas” (1 Tim. 5:16).
Esta responsabilidad no es solo
del varón. La mujer también está obligada por Dios para cubrir la necesidad en
su familia (Prov. 31:10-31; Hech. 16:14; 18:3). Pablo escribió, “Si alguna
creyente tiene viudas en la familia, que las mantenga, y que la iglesia no
lleve la carga” (LBLA). ¿Recuerda el caso de Rut, la moabita (Rut 2:1-23)?
La iglesia local está autorizada
para socorrer a santos necesitados (Hech. 11:29,30; 1 Cor. 16:1,2), pero no
para asumir como su obra todas las obligaciones de la familia. Ambos, la
familia y la iglesia local tienen su esfera de acción, y deben cumplir sus
propias obligaciones. La iglesia local no puede criar a los hijos en lugar de
los padres (Ef. 6:4) ni honrar a todos los padres en lugar de sus hijos (cf.
Ef. 6:2; Mat. 15:4-6).
Todos los casos de benevolencia
en el Nuevo Testamento están en plena concordancia con la responsabilidad del
individuo en la familia. Es decir, ningún caso anula el principio básico de la
responsabilidad de proveer para la familia (1 Tim. 5:8) y luchar como familia.
La verdad no se contradice (Sal. 119:160).
Conclusión
Si todos los hijos honraran a sus
padres, y los nietos a sus abuelos (cf. 1 Tim. 5:8), las necesidades en nuestra
sociedad serían un problema estadístico menor. Mucha pobreza y miseria se
evitaría si cada familia fuese más unida, y sus integrantes fuesen más generosos
y dadivosos, y sobre todas las cosas, fuesen personas responsables en el temor de
Dios.
El humanismo está destruyendo la
familia, desintegrándola, y apartando a sus integrantes aún desde la primera
infancia. La familia está sufriendo las consecuencias de lo que los padres han
sembrado (Gal. 6:7). Hoy, más que nunca escasean los varones como Cornelio, “temeroso
de Dios con toda su casa” (Hech. 10:2). ¿Quién puede decir hoy en día, “pero
yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15)?