Por Josué Hernández
Es una creencia general del
denominacionalismo el asumir que el bautismo es una ceremonia, algún tipo de
ritual que ha de ser efectuado por un oficial de la iglesia delante de testigos.
Debido a lo cual, el bautismo no puede ser realizado “en la misma hora de la
noche” (Hech. 16:33) donde se encuentre agua suficiente para descender a
ella y subir de ella (Hech. 8:36-39), porque faltarían el oficial bautizador
designado, los testigos, y los demás elementos de la ceremonia, que hacen del
bautismo un acto oficial de la iglesia. Además, para el denominacionalismo
general el bautismo no es esencial para la salvación inicial de los creyentes,
sino solamente una expresión externa de la gracia interna, un acto ceremonial
para ser miembro en alguna denominación.
Para nuestra sorpresa, algunos
hermanos participan con entusiasmo en la programación de bautismos, aun con
días de antelación, sin detenerse a pensar que el candidato al bautismo sigue
desobediente al Señor y tan perdido en sus pecados, como cualquier otro pecador
del mundo, mientras se posterga su obediencia al evangelio.
El Señor Jesucristo dijo, “Id
por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado
será salvo; pero el que no crea será condenado” (Mar. 16:15,16, LBLA). Por
lo tanto, mientras alguno no sea bautizado, sencillamente no es de los salvos,
aun cuando piensa que se bautizará pronto. No es extraño, por lo tanto, que
Pedro, un hombre inspirado, afirmara, “Arrepentíos y sed bautizados cada uno
de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38, LBLA).
Los primeros cristianos
perseveraban en la enseñanza apostólica (Hech. 2:42) según la cual el bautismo
es “para el perdón de los pecados” (Hech. 2:38), para lavar los “pecados”
(Hech. 22:16), para morir al pecado en la semejanza de la muerte de Cristo y
alcanzar “vida nueva” en la semejanza de su resurrección (Rom. 6:2-5),
para entrar en el “un cuerpo” de Cristo (1 Cor. 12:13), para llegar a
ser “hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal. 3:26,27), y resucitar
con Cristo (Col. 2:12) y ser salvos (1 Ped. 3:21).
No había programación de
bautismos como obra de las iglesias de Cristo en el primer siglo, y no debe
existir la programación de bautismos entre el pueblo de Dios de la actualidad.