Responsabilidad



Por Josué Hernández


Hay un problema general que encontramos en todos los países, y en todas las culturas, aquello de buscar a quien culpar cuando “las cosas van mal”. Otro debe ser responsable. Otro debe tener la culpa. Por lo tanto, la culpa es lanzada, como pelota en un partido de tenis, de un lado al otro. La responsabilidad debe recaer sobre algún otro, a quien culpamos para posicionarnos en el lugar de las víctimas que imploramos por justicia y castigo. Al parecer, en la mayoría de los casos, el problema social de culpar a otros es un asunto de frustración.

Debemos cuidarnos del juego de culpar para no responsabilizarnos. Este juego popular puede darnos una falsa sensación de inocencia. La Biblia es clara en que cada uno de nosotros es responsable ante Dios por su conducta personal y consecuencias de sus propias decisiones.

Cuando Dios confrontó a Adán acerca de su pecado, él culpó a su mujer (Gen. 3:12) y ella culpó a la serpiente (Gen. 3:12). No podemos negar que Eva contribuyó a la desobediencia de Adán, y la mentira de la serpiente engañó la mente de Eva. Sin embargo, cada cual tenía responsabilidad en el asunto, y cada cual fue castigado.

El profeta Ezequiel vivió en los días en que la nación de Judá fue tomada cautiva por los babilonios como castigo por sus pecados. El pueblo en general culpaba a sus padres con un refrán que se hizo popular (Ez. 18:2), y Dios señaló mediante Ezequiel que no quería seguir oyendo tal cosa, “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:20).

La palabra de Cristo nos enseña la misma verdad. “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14:12). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).

Que aprendamos a reconocer nuestra responsabilidad personal, y que hagamos todo cambio necesario para agradar a Dios.



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