Por Josué Hernández
A menudo tenemos graves problemas
sociales por la expresión del amor y el odio. La mayoría ama el pecado y odia
la justicia. Participan de las malas obras en lugar de reprenderlas (Ef. 5:11),
y alientan toda suerte de impiedad e injustica al complacerse con quienes practican el
pecado (Rom. 1:32). Sencillamente, la mayoría alienta la rebelión contra Dios.
La historia bíblica nos informa que Jehová Dios derramó
su ira sobre quienes fortalecían las manos de los impenitentes, “Y en los
profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en
mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese
de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra” (Jer.
23:14).
Ezequiel señaló este pecado, exponiéndolo como una de las
razones de la ira de Dios, “Por cuanto entristecisteis con mentiras el
corazón del justo, al cual yo no entristecí, y fortalecisteis las manos del
impío, para que no se apartase de su mal camino, infundiéndole ánimo” (Ez.
13:22).
El apóstol Pablo nos enseña que el cristiano motivado por
amor debe detestar lo malo, “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo,
seguid lo bueno” (Rom. 12:9). No es sorprendente leer tal cosa en
consideración del carácter de Jesucristo, “Has amado la justicia, y
aborrecido la maldad” (Heb. 1:9). Esto es lo que Dios siempre ha requerido,
“Aborreced el mal, y amad el bien…” (Am. 5:15).
Debemos amar a nuestro prójimo, y usar de amabilidad,
mansedumbre y gentileza (cf. 2 Tim. 2:24-26; Fil. 4:5), a la vez que
aborrecemos las malas obras que esté cometiendo (cf. Apoc. 2:6). Es decir, no
debemos aborrecer a nuestro prójimo por sus malas obras, sino reprender el
pecado que le condena, como expresión de amor por su alma.
"No seáis, pues, partícipes con
ellos... Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más
bien reprendedlas"
(Ef. 5:7,11).