Por Josué Hernández
La mayoría de nosotros apreciamos
un cumplido sincero, y aun cuando entendemos que los halagos son cosa peligrosa
(Prov. 26:28; 29:5), un elogio adecuado eleva nuestro espíritu y nos estimula.
“Porque no nos atrevemos a
contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos,
midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son
juiciosos... porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a
quien Dios alaba” (2 Cor. 10:12,18).
Jesucristo reprendió a los que
necesitaban corrección, pero también elogió a quienes manifestaron cualidades
dignas de alabanza. Consideremos algunos elogios pronunciados por Jesús.
Un centurión que vivía en Capernaum
solicitaba que el Señor Jesús sanara a su siervo que estaba paralítico y
gravemente atormentado, pero entendiendo el alcance de la autoridad del Señor,
manifestó que no era necesario que Jesús fuese a su casa para sanar a su siervo,
“…Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra,
y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo
mis órdenes soldados; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi
siervo: Haz esto, y lo hace” (Mat. 8:8,9). Dios se maravilló de semejante fe:
“Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os
digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (Mat. 8:10). Este militar
tenía gran fe, una perspectiva sencilla, humilde, y confiada, que no ponía
límites a Dios.
Jesús dijo de Juan el bautista, “De
cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que
Juan el Bautista” (Mat. 11:11). Juan no era “una caña sacudida por el
viento” (Mat. 11:7), no era voluble, inestable, o de doble ánimo. Juan fue
el precursor profetizado por Malaquías (Mal. 3:1). Al momento de este cumplido
que hizo Jesús, Juan estaba preso por su exposición de la verdad (Mat. 14:3-5),
y pronto sería ejecutado por ello, nuevamente, siendo un precursor del Señor.
Juan ejemplificó la mayordomía fiel, realizada con valentía y sacrificio.
Un martes, 11 de Nisán, Jesús
estaba en el templo, y notó como la mayoría contribuía al tesoro, algunos
ofrendando grandes sumas de dinero. Llegó una viuda, muy pobre, que ofrendó dos
moneditas, de poco valor, que prácticamente no servían para comprar algo,
entregando todo lo que tenía y confiando su futuro a Dios. Jesucristo manifestó
su perspectiva, “Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os
digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque
todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que
tenía, todo su sustento” (Mar. 12:43,44).
Recordamos como María, la hermana
de Lázaro y Marta, ungió los pies de Jesús con un oleo muy costoso. Los discípulos
se escandalizaron, pero Jesús dijo, “Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la
molestáis? Buena obra me ha hecho. Siempre tendréis a los pobres con vosotros,
y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. Esta
ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la
sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en
todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.”
(Mar. 14:6-8). Todos nosotros, independientemente de nuestras capacidades y
oportunidades, debemos hacer lo que María hizo, “lo que podía” por amor
a Cristo y para su gloria.
¿Qué diría
Jesucristo de nosotros?