Por Josué Hernández
La “migración indocumentada”, como suele llamarse a la “inmigración ilegal”, es una de las cosas que más debate ocasiona entre los estudiantes de la Biblia, y uno de los
elementos utilizados en la política para ganar alguna ventaja electoral y/o
subir en las encuestas. Fácilmente organismos internacionales liberales, y los
medios de comunicación afines, promueven la migración indocumentada, porque
necesitan captar a un sector de la población y asirse con el poder.
Cuando hablamos de inmigración ilegal nos referimos al ingreso a determinado país, por ciudadanos extranjeros que no
tienen la documentación requerida para ello, o que ingresan con un permiso que
luego transgreden permaneciendo más allá del plazo autorizado.
La ley de Cristo
Sin embargo, la palabra de Cristo nos instruye, “Sométase
toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien
se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten,
acarrean condenación para sí mismos” (Rom. 13:1,2).
Debemos obedecer a “las autoridades superiores”,
es decir, a los gobiernos civiles que nos rigen, no importando la forma de
gobierno en el cual estemos (dictadura, república, democracia, monarquía). El discípulo de Cristo permanecerá
subordinado al gobierno bajo el cual viva, y esto a pesar de que el gobierno de
turno no cumpla a plenitud su rol divinamente designado para él. En fin, no hay
excusa para favorecer el desorden, e incentivar la insurrección.
El cristiano ora fervientemente por el bien de los
gobiernos y sus leyes, no resiste ni se rebela (1 Tim. 2:1,2), sino que
permanece como un ciudadano obediente en cualquier país, sabiendo que está
subordinado a lo que ha sido establecido por Dios mismo (1 Ped. 2:13-17).
Desobedecer, resistir y sublevarse contra el gobierno es
desobedecer a Dios, es pecado. Simplemente, toda revolución, ilegalidad, o
acción de anarquía, se le prohíbe al cristiano. Aunque vivamos en un momento de
la historia en el cual se glorifica la anarquía, el cristiano sabe que lo malo
y lo bueno no dependen de la opinión de la mayoría.
Pero, ¿hay alguna excepción?
No hay excepción alguna para dejar de hacer lo bueno. No
hay pretexto para comenzar a hacer lo malo. El verdadero cristiano siempre obedecerá al
gobierno, y sólo desobedecería si el gobierno le exigiese hacer lo malo,
violando así la ley de Jesucristo, por ejemplo, si le prohibiesen predicar el
evangelio (Hech. 4:19; 5:29). En semejante caso, el cristiano entendería que
etiquetar de “ilegal” un mandamiento de Cristo no convertiría el mandamiento en
algo “incorrecto”, ya que estaría frente a una ley que prohíbe hacer lo bueno
(lo correcto) al prohibir con un decreto el obedecer al Señor.
Obviamente, cuando el gobierno tiene una clara ley de
inmigración vigente, como sucede en los Estados Unidos, sería pecado del
cristiano menospreciar y vulnerar este orden establecido. Ningún pretexto
convertirá lo malo (ilegal y pecaminoso) en algo bueno (legal y ejemplar).
Un cristiano fiel no permanecerá como un inmigrante
ilegal en ninguna nación si realmente ama la verdad y quiere seguir el ejemplo
de Cristo quien dijo, “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo
que es de Dios” (Mat. 22:21).