¿Cómo concede Dios el arrepentimiento?



Por Josué Hernández


Creemos que Dios concede el arrepentimiento, porque la Biblia así lo enseña: “Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hech. 11:18). “que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim. 2:25).

La pregunta es, ¿cómo concede Dios el arrepentimiento? Popularmente, el calvinista afirma que el arrepentimiento no es una obra humana, sino una obra divina, en la cual el hombre es totalmente pasivo.

Estamos en desacuerdo con tal afirmación calvinista, y queremos estudiar cuidadosamente algunos pasajes usados para fomentar un supuesto arrepentimiento obrado por Dios en el corazón. Queremos usar bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15) y hablar conforme a ella (1 Ped. 4:11). No queremos torcer las sagradas Escrituras para nuestra perdición (2 Ped. 3:16).

Algunos pasajes analizados

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Jn. 6:44,45).

Según aprendemos aquí, Dios trae a las almas a Cristo mediante la enseñanza. Su palabra, el evangelio, es su poder para salvación (Rom. 1:16). Este pasaje no dice que el arrepentimiento sea algo que Dios hace por el hombre.

“Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hech. 11:18).

¿Cómo fue que Dios hizo esto? Ciertamente, no por alguna intervención directa en el corazón. El pasaje no dice nada de ello.

Cornelio recibió instrucciones para hacer llamar a Pedro, quien le hablaría “palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa” (Hech. 11:14). El apóstol Pedro predicó en casa de Cornelio el evangelio de Cristo, tal como lo hizo en el día de Pentecostés, aquel mensaje de esperanza que contiene evidencia suficiente para producir fe y suficiente poder de convicción para mover al arrepentimiento.

Los calvinistas afirman que la fe también es un regalo de Dios. Pedro les contradice a ellos, indicando que la fe es la respuesta del corazón humano al oír la palabra de Dios (Hech. 15:7), y Pablo nos señala lo mismo (Rom. 10:17). Ahora bien, si esto es cierto para la fe, ¿por qué no es cierto para el arrepentimiento?

Debemos considerar que, en el día de Pentecostés, cuando Pedro le dijo a su auditorio “Arrepentíos” (Hech. 2:38), lo dijo como parte de su respuesta por la pregunta, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37). Pedro sabía que ellos podían, y debían, arrepentirse. Pedro sabía que Dios no obraría el arrepentimiento directamente en sus corazones.

“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim. 2:24,25).

El predicador debe ser paciente en su predicación aun cuando reciba el maltrato, comportándose con amabilidad y mansedumbre, evitando el espíritu de contención. Ahora bien, si Dios obra directamente el arrepentimiento en el corazón, ¿qué importa la conducta del predicador?

La gente de Nínive oyó la predicación de Jonás, creyó y se arrepintió (Jon. 3:4-5). Los judíos en el día de Pentecostés oyeron la predicación y creyeron, y se les mandó que se arrepintiesen y se hiciesen bautizar (Hech. 2:36-38). Los corintios leyeron la predicación de Pablo, creyeron, y entristecidos por su pecado, se arrepintieron (2 Cor. 7:8-10). Claramente, aprendemos cómo concede Dios el arrepentimiento.

El mismo Dios que nos concede el pan de cada día (Mat. 6:11) al darnos la capacidad de trabajar y la oportunidad y medios para conseguirlo (2 Tes. 3:12), nos concede el arrepentimiento, al darnos la oportunidad y la capacidad de entender y obedecer su evangelio (1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:7-9).

Que nadie espere una obra directa en su corazón que produzca el arrepentimiento, como tampoco debe esperar pan en su mesa sin trabajar por ello.