Por Josué Hernández
Uno de los términos descriptivos de los “cristianos” es “discípulos”.
Es interesante notar que la palabra “cristiano” aparece solo 3 veces en el
Nuevo Testamento, y la palabra “discípulo” más de 250 veces.
El significado del discipulado
Un discípulo es un aprendiz, o estudiante. La palabra
griega usada en el Nuevo Testamento proviene de una raíz matemática. Sin
embargo, un discípulo es más que un simple estudiante. Un discípulo es un
seguidor. Alguien que aprende del maestro, y luego sigue su ejemplo. Jesucristo
dijo que él es el Maestro y el Señor (Jn. 13:13), por lo tanto, sus discípulos
son sus aprendices y sirvientes.
En el Nuevo Testamento se registra el término “discípulo”
en tres sentidos. En un sentido general, la palabra a veces se usa para las
multitudes que siguieron a Jesús, escuchándolo, pero sin comprometerse
definitivamente con él (cf. Jn. 6:60,66). En Hechos, los discípulos son los
cristianos (Hech. 11:26), los seguidores del Señor. En un sentido más restringido,
discípulos fueron los apóstoles, a quienes Jesús escogió para que fuesen sus
testigos (cf. Luc. 6:13; Mat. 10:1-4).
Los elementos del discipulado
El discipulado comienza con una relación personal de
compromiso con el maestro mismo, y no solamente con los principios que enseña.
Jesús no sólo enseñó el camino a Dios, él es el camino (Jn. 14:6). Debemos
estar en él, y él en nosotros (Jn. 15:4).
Por definición, el discipulado requiere oír con atención
y aprender, y así seguir el ejemplo de Jesús aplicando lo que de él hemos
aprendido (Ef. 4:20). El discipulado requiere obediencia. Jesús preguntó, “¿Por
qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46).
El discipulado requiere perseverar en las enseñanzas de
Cristo, sin aplicarlas selectivamente, ni ir más allá de ellas, “Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis
en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres” (Jn. 8:31.32).
El discipulado requiere aceptar el estado de discípulo.
Los discípulos siempre serán sirvientes, “El discípulo no es más que su
maestro, ni el siervo más que su señor” (Mat. 10:24). Seremos tratados como
fue tratado nuestro Señor y Maestro, a veces apreciado, luego perseguido. Si
nos avergonzamos de ser discípulos de Cristo, el Señor se avergonzará de
nosotros en el día postrero (Mar. 8:38).
El costo del discipulado
En Lucas 14:25-35, el Señor Jesús enseñó que para ser sus
discípulos debemos hacer tres cosas: 1) Que lo amemos por encima de todos los
demás, incluida nuestra propia vida. 2) Que llevemos nuestra cruz mientras lo
seguimos, una referencia a toda carga que surja como resultado de ser sus
discípulos. 3) Que le entreguemos todo lo que tenemos, es decir, un compromiso
total.
He ahí el costo del discipulado, el cual no es una “pérdida”,
sino el costo por elegir y obtener la verdadera ganancia en la vida.
Los beneficios del discipulado
Jesús ordenó a sus apóstoles, “Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén” (Mat. 28:19,20), y también les ordenó, “El que creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mar.
16:16).
Los discípulos de Cristo entran en una relación íntima
con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, experimentando el gozo de la
salvación mientras guardan las cosas que fueron ordenadas por el Maestro.
Las bendiciones del discipulado involucran la libertad, “y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32). Libertad del
pecado, pero también, libertad de la ignorancia, la superstición y el miedo.
Aprender la verdad de Jesús nos da una perspectiva alta y
superior. Sencillamente, no hay mejor manera de vivir, “porque el ejercicio
corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues
tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Tim. 4:8).
Todo lo que dejemos por amor a Cristo es más que compensado,
incluso ahora, en esta vida. Cristo dijo, “De cierto os digo que no hay
ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o
mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien
veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y
tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mar.
10:29,30).