La maravillosa gracia de Dios



Por Josué Hernández


No hay tema más claro en las Escrituras que nuestra dependencia de la gracia de Dios para ser salvos. Pablo dijo a los efesios, “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Ef. 2:5).

La confusión abunda, aún entre hermanos en Cristo, respecto a lo que es la gracia de Dios y lo que ella hace. En general, hay mucha especulación sobre lo que puede hacer Dios mediante su gracia. Sin embargo, procurando sencillamente exponer lo que la Biblia dice, ofrecemos los siguientes datos revelados en la palabra de Dios respecto a este tema.

La gracia de Dios no pasa por alto a Jesucristo

Es una locura siquiera el pensar que alguno será salvo por gracia, pero sin Cristo. “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Dios ha demostrado su grande amor por nosotros al dar a su Hijo Jesucristo (Jn. 3:16). Por lo tanto, en Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7).
La gracia salvadora se encuentra en Jesús, no fuera de él, ni aparte de él. Pablo escribió a los corintios, “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús” (1 Cor. 1:4). La gracia que salva al pecador es dada en Jesucristo, no aparte de él.

La gracia de Dios no ignora el evangelio

La buenas nuevas de salvación por medio de Jesucristo se conocen como, “evangelio de la gracia de Dios” y “la palabra de su gracia” (Hech. 20:24,32). Predicar el evangelio por todo el mundo (Mar. 16:15) es manifestar la gracia de Dios para salvación a todos los hombres (Tito 2:11). Debido a esta obvia relación, Pablo escribió a los colosenses, “a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad” (Col. 1:5,6).
Cuando se predicó el evangelio en Antioquía y la gente “creyó y se convirtió al Señor” (Hech. 11:21) la gracia de Dios fue visible en aquella localidad (Hech. 11:23).

La gracia no permite el “acceso” sin fe

El “acceso” (gr. “prosagogé”) es la “entrada” o “admisión”. Si alguno tendrá acceso a la gracia de Dios debe demostrar su fe en Jesucristo. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:1,2).
Debido a que la fe viene por el oír la palabra de Dios (Rom. 10:17), nadie podría recibir el favor de Dios sin demostrar su fe en el evangelio. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef. 2:8).
Dios proporciona salvación, lo cual es un favor inmerecido, cuando el hombre acepta esa provisión de gracia por medio de la fe.

La gracia no se opone al bautismo para la remisión de los pecados

La fe que permite la admisión en la gracia es la confianza, activa y plena, expresada en una obediencia a las condiciones del evangelio. Dios requiere que demostremos fe, y el bautismo es un acto de fe, es decir, confianza, y esa demostración de fe es para el perdón de los pecados.
Pablo escribió, “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12). Pedro predicó el arrepentimiento y el bautismo “para perdón de los pecados” (Hech. 2:38), y el mismo Pedro reconocía “que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos” (Hech. 15:11).
La salvación por gracia requiere fe, y la fe requiere el bautismo para el perdón de los pecados.

La gracia no da licencia para pecar

La ley fue dada y abundó el pecado. El apóstol Pablo escribió, “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20).
En sus Notas sobre Romanos, comenta Bill H. Reeves, “toda ley de Dios es para el bien y la dirección del hombre. Pero entre más leyes hay, más puntos hay en que peca el hombre. En este sentido la ley hace que el pecado “abunde.” La ley de Dios hizo que el hombre viera lo abundante del pecado, y que como pecador estaba bajo el dominio del pecado que trae la muerte”.
Alguno, entonces, podría pensar que entre más pecan los hombres más gracia de parte de Dios será expresada a ellos. Adelantándose a tales ideas carnales, Pablo continuó escribiendo, “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:1,2).
El triunfo de la gracia de Dios sobre el pecado no debe interpretarse como una licencia para que el hombre persevere en el pecado. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Rom. 6:12). “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11,12).

La gracia no ofrece salvación incondicional

Así como nuestra entrada a la gracia salvadora está condicionada a nuestra disposición a mostrar confianza, es decir, fe, en Jesucristo, nuestra permanencia en esta gracia está condicionada a nuestra disposición en perseverar en esta fe.
El escritor a los hebreos nos advierte “Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Heb. 3:14).
Los gálatas fueron llamados a la gracia de Cristo, pero luego aceptaron un evangelio diferente que los quitó de la gracia (Gal. 1:6,7; 5:4).

La gracia no salva sobre la base de las obras humanas

Las obras aparte del evangelio, aquellas actividades de esfuerzo personal, o meritorias, no alcanzan a pagar el precio de nuestra redención, no endeudan a Dios para con nosotros, no nos dejan como merecedores de recibir como pago la salvación.
Si alguno quiere ser salvo por obras aparte del evangelio, ha rechazado la gracia de Dios, “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia (Rom. 4:4,5). Sin embargo, nadie será salvo por todas las buenas obras que pudiese realizar, lo cual excluye la jactancia, “no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:9).
Las obras de fe, que Dios requiere del hombre, no están en la categoría de esfuerzos que ganan o merecen la salvación. Estas obras de obediencia son requeridas (Sant. 2:24; Gal. 5:6). Es más, la misma fe es una obra (Jn. 6:28,29).
No hay salvación para los desobedientes (Heb. 5:9). Obedecer al evangelio no es una obra de mérito humano (Rom. 2:8; 10:16; 2 Tes. 1:7-9; 1 Ped. 4:12). La salvación por gracia es condicionada a la obediencia de fe (Rom. 1:5; 15:18; 16:26).

Conclusión

Nadie merece la salvación. La gracia de Dios muestra elocuentemente nuestra incapacidad de alcanzar la comunión con Dios por nuestra propia cuenta. Dios no nos debe nada, y nosotros le debemos todo.


“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Rom. 11:36).