Por Josué Hernández
Recordando su trabajo en Éfeso,
Pablo dijo a los ancianos de la iglesia, “cómo nada que fuese útil he
rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas… Por tanto, yo
os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no
he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hech. 20:20,26,27).
La tarea del predicador es
comunicar fielmente la palabra de Dios a la humanidad tal como ha sido revelada
en las sagradas Escrituras. Los predicadores no son la fuente del mensaje, y no
está en su poder elegir qué predicar como algo importante y qué no predicar por
considerarlo innecesario.
El predicador de la palabra no
tiene la autoridad de editar el mensaje divino, y por lo tanto, no se atreverá
a ignorar instrucciones que pueden ser más difíciles de predicar y practicar,
ni diluir verdades o requisitos que algunos encontrarán desagradables (cf. 2
Cor. 2:17). Si el mundo rechaza el mensaje, rechazará a Dios, no al predicador
en sí (cf. Heb. 12:25).
“Pues me
propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste
crucificado” (1 Cor. 2:2).
Predicar a Cristo significa enseñar
sobre la gracia de Dios por medio de él, y únicamente en él, explicando quién
es Jesús y que dijo Jesús, incluidas las evidencias de sus milagros y las profecías
cumplidas en él. A su vez, predicar a Jesucristo significa enseñar todo lo que
él requiere, pues el título “Cristo” hace referencia a su señorío, es decir, su
nombre (cf. Hech. 4:12; 8:12).
Las epístolas de Pablo ilustran
cuán amplio es el alcance de la predicación de Jesucristo (cf. Ef. 4:20,21;
Col. 3:16). Predicar a Cristo es enseñar sobre su muerte y el perdón que hizo
posible, la gracia de Dios mediante su evangelio y la conducta que él aprueba.
También, predicar a Cristo requiere enseñar otros asuntos “doctrinales”, tales
como la naturaleza y obra de la iglesia local, el matrimonio, repudio y
segundas nupcias, el origen y razón del universo, el carácter y naturaleza de
Dios, a la vez que ha de condenarse toda falsedad que contradiga la palabra de
Cristo (2 Jn. 9-11), la fe dada una vez por todas (Jud. 3).
El predicador del evangelio debe
velar por el equilibrio en su predicación. Está obligado por el Señor a predicarlo
todo, y no solo sus temas o pasajes favoritos. Es responsable de ayudar tanto a
los nuevos en la fe, como a los más maduros en ella, a la vez que predica a los
perdidos para que sean salvos. Debe alentar, y al mismo tiempo amonestar,
consolar y también reprender.
El predicador debe equilibrar su
predicación, pero este esfuerzo quedará anulado si el auditorio no quiere todo
el consejo de Dios y tiene, como suele ocurrir, predilección por temas y
pasajes en desmedro de otros que no les gustan.
“Yo, pues, te
envío a hijos de duro rostro y de empedernido corazón; y les dirás: Así ha
dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero si no escucharen, porque son
una casa rebelde, siempre conocerán que hubo profeta entre ellos” (Ez. 2:4,5).
“que prediques la
palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta
con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana
doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las
fábulas” (2 Tim. 4:2-4).