Por Josué Hernández
Los corintios “estaban divididos”,
la situación de esta iglesia bien puede expresarse brevemente con esta frase
elocuente.
Estaban divididos respecto a los
predicadores, “Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo;
y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo” (1 Cor. 1:12). La
preferencia personal se entiende, y se respeta. Sin embargo, el caso de los
corintios era la polarización en torno a cierto predicador preferido en
desmedro de quienes tenían afición por otro, y viceversa, lo cual produjo
bandos en la congregación. Pablo les preguntó, “¿Acaso está dividido Cristo?
¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo?” (1 Cor. 1:13).
Estaban divididos según barreras
socioeconómicas. Pablo les amonestó severamente, “Pues en primer lugar,
cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en
parte lo creo” (1 Cor. 11:18). Unos comían en exceso sin consideración de
quienes no tenían algo que comer. Pablo les preguntó, “Pues qué, ¿no tenéis
casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y
avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os
alabo” (1 Cor. 11:22).
Estaban divididos respecto a sus
dones milagrosos. Los capítulos 12 al 14 de 1 Corintios nos indican que
aquellos que tenían el don de hablar en lenguas se sentían superiores a quienes
poseían otros dones. Hubo hermanos que fueron menospreciados, otros fueron
envidiados, mientras que otros se envanecían. Pablo les recordó, “para que
no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los
unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se
duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se
gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en
particular” (1 Cor. 12:25-27).
No permitamos que nuestras
preferencias, capacidades y oportunidades nos dividan. Que como iglesia local atendamos
a la exhortación del apóstol, “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre
vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer” (1 Cor. 1:10).