Por Josué Hernández
Santiago compara el estudio de la
Biblia con mirarse en un espejo, “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan
solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de
la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera
en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y
luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la
libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la
obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Sant. 1:22-25).
La pregunta es, ¿cómo hacemos que
este espejo funcione mejor para nuestro beneficio? Siguiendo la analogía de
Santiago, sabemos que este espejo nos brindará mejor beneficio siguiendo los
siguientes consejos:
Mantenga su espejo
a mano
La única forma de tener una idea
clara y constante de nuestra apariencia es tener un espejo a nuestro alcance.
Podemos reconocer nuestra apariencia si miramos al espejo cuantas veces lo
necesitemos en el día. Así también con la palabra de Dios. La única forma de
examinarnos constantemente a nosotros mismos (2 Cor. 13:5) es llevar con
nosotros la Biblia, en nuestro bolso como en nuestro corazón.
Deténgase para un
enfoque completo
El vapor de la ducha, o incluso, la
ausencia de luz suficiente, impiden que el espejo nos brinde una imagen nítida
de nuestra persona. Muchas veces limpiamos una pequeña porción del espejo para
un vistazo rápido, y aunque encendemos la luz, damos poca atención al espejo porque
andamos apurados y debemos correr a nuestras ocupaciones. No debe ser así con
la palabra de Dios. Cuando pretendemos examinarnos a nosotros mismos no sirven
los vistazos rápidos, necesitamos mirar nuestra imagen completa, necesitamos
observar todo lo que Dios dice en su palabra desde todos los ángulos que el
Señor provee en el espejo de su palabra de verdad. Esto requiere tiempo y
atención adecuada.
Mantenga su espejo
limpio
Es difícil obtener una imagen
clara con un espejo sucio. Las manchas impiden percibir la imagen real por la
distorsión superficial adherida al espejo. No queriendo suciedad en nuestro
espejo, lo limpiamos para obtener la imagen nítida. Así también la palabra de
Dios puede ser distorsionada por nuestros prejuicios y razonamientos que
adherimos a ella. La honestidad es la forma de mirar a plenitud la imagen que
nos proyecta la bendita palabra de Dios. Queremos ver la realidad para hacer
los arreglos adecuados, no lo que deseamos que ella muestre para quedarnos tal
cual somos.
No culpe a su espejo
Por más enojados que nos
sintamos, el espejo no tiene la culpa por la realidad que nos presenta. El
problema no lo tiene la Biblia, lo tenemos nosotros. Pretender romper el
espejo, tirarlo al basurero, o negarnos a usarlo, no corregirá nuestro problema.
La palabra de Dios permanece para siempre a pesar de nuestra actitud a ella
(cf. 1 Ped. 1:25).
Conclusión
Santiago nos exhorta a realizar
los cambios necesarios para corregir nuestras vidas y ser bienaventurados. Dios
nos ha dado un buen espejo, pero nosotros debemos hacer nuestra parte. “Pero el que
mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella,
no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será
bienaventurado en lo que hace” (Sant. 1:25, LBLA).
¿De qué sirve
mirarnos al espejo si no queremos corregirnos?