Generosidad


Por Josué I. Hernández 

 
Se piensa que, entre más demos menos tendremos, ¿cierto? Sin embargo, el evangelio de Cristo cuestiona la validez de semejante aritmética. Cristo enseñó lo contrario, “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hech. 20:35), y el que da con generosidad “abundantemente también segará” (2 Cor. 9:6-11; cf. Luc. 6:38). La generosidad tiene un efecto bumerán que trae más de lo que envía.
 
Si reconocemos la alegría de dar, experimentaremos la satisfacción de una buena obra que glorifica a Dios. Sin embargo, no debemos relegar la generosidad a una temporada aislada del año, porque la generosidad debe ser nuestro gozo cotidiano.
 
Para encender el fuego de la generosidad debemos comenzar a ver “el dar” como algo más que un simple “acto”. El dar debe ser la expresión de nuestro corazón. El dar no se origina en la mano, sino en el corazón.
 
Un corazón generoso solo puede ser esculpido por Dios, el gran Dador. Dios ha dado lo que no merecíamos (Jn. 3:16), y continúa dándonos en su benignidad para guiar todo corazón al arrepentimiento (Rom. 2:4). En otras palabras, el dar es parte de la naturaleza de Dios y de todos lo que han sido tocados por su carácter (Mat. 5:45).
 
Esta fue la historia de los primeros cristianos. Entendieron el mensaje de la gracia de Dios (cf. Rom. 5:1-11; Tito 3:3-7). Sus vidas cambiaron porque recibieron “la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom. 5:17).


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