La doctrina de la fe



Por Josué Hernández


Si la doctrina de la gracia de Dios es la más importante de la Biblia, entonces, la doctrina de la fe la sucede. El punto es que la fe permite al hombre alcanzar la gracia de Dios. Sencillamente porque la gracia de Dios por sí sola es como el flotador-salvavidas que no ayuda a menos que sea alcanzado por quien está por ahogarse.

Aprendemos de la Biblia que el hombre tiene que hacer su parte para alcanzar la gracia de Dios. El evangelio nos informa de la palabra y las grandes obras de Cristo, de su muerte, sepultura, resurrección, apariciones, ascensión y glorificación, para nuestra salvación. Aprendemos en la Biblia de cómo él sufrió el castigo de nuestra paz (Is. 53:5; 2 Cor. 5:21) gustando la muerte por todos (Heb. 2:9). Pero, los beneficios de la obra de Cristo no serán alcanzados sin el esfuerzo de obediencia (cf. 2 Tes. 1:8; Heb. 5:9).

La fe y la salvación

Sabemos que la salvación es imposible sin la fe en Cristo (Ef. 2:8). Y Jesucristo enseñó que la fe es una obra necesaria para alcanzar la vida eterna (Jn. 6:27-29). Luego, entendiendo que la fe en Cristo no puede ser una obra de mérito, aprendemos que es una obra requerida por Dios para aquellos que desean alcanzar la gracia de Dios (Jn. 6:28,29). En conclusión, es responsabilidad del hombre el creer en Jesucristo (Hech. 15:7; Rom. 10:17; 1 Cor. 1:21).

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6).

Necesitamos fe para agradar a Dios, pero ¿qué tipo de fe? Santiago nos enseña que necesitamos una fe viva que va más allá de una mera aceptación mental (Sant. 2:17-26). Según Pablo, la fe viva, es “la fe que obra por el amor” (Gal. 5:6). Lo cual concuerda con la enseñanza de Cristo pues la fe en él (Jn. 6:29) es una obra necesaria (Jn. 6:28), es decir, un trabajo por la vida eterna (Jn. 6:27). La fe sola, en cambio es una fe cadáver (Sant. 2:26) la cual nos deja como creyentes no salvos (cf. Jn. 12:42,43).

Los héroes de la fe que se mencionan en Hebreos 11, tenían una fe activa. Un ejemplo, es Noé, quien “cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase” (Heb. 11:7). Noé entendió, creyó, y obedeció, las instrucciones de Dios, construyendo el arca, “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gen. 6:22).

Dios no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9), Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:4), “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11) y su evangelio debe ser predicado “a toda criatura” (Mar. 16:15), por lo tanto, Cristo mandó “id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:19). Es así como Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hech. 17:30).

El evangelio es el poder de Dios para la salvación del pecador (Rom. 1:16), y la obediencia de fe es la condición para alcanzar dicha salvación (cf. Hech. 2:40; Rom. 1:5; 15:16; 16:26). Cada pecador tiene la opción de responder al llamado de Dios por el evangelio (1 Tes. 2:12; 2 Tes. 2:14) o sufrir el castigo por sus pecados (Rom. 6:23).

La gracia no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia

La salvación es por gracia, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8,9). La gracia de Dios es un don inmerecido, que no se obtiene por las obras de mérito del hombre. Sin embargo, no debemos confundir las obras de mérito humano con el esfuerzo necesario para obedecer a las condiciones de Dios para alcanzar su gracia. Así como un regalo debe ser recibido para ser disfrutado, la forma de recibir la gracia es por la obediencia de fe.

La fe que Dios aprueba es aquella que se expresa en la obediencia, “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (Heb. 11:30). El relato bíblico indica las condiciones que se obedecieron por fe (Jos. 6:1-5). En fin, la gracia de Dios no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia.

Lucas nos informa que, en el día de Pentecostés muchos “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37). Entonces, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Ellos habían oído la palabra del evangelio (Hech. 2:14-36), y creyéndola preguntaron qué hacer, Pedro les instruyó cómo actuar con fe respecto al mensaje del evangelio (v.38), es decir, respecto a las condiciones del perdón de Dios en Cristo, “Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (v.40,41). 



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