“Cuando se cumplió el
tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a
Jerusalén” (Luc. 9:51). El afirmar su rostro para ir a
Jerusalén significa que Jesucristo se resolvió, totalmente convencido y sujeto
a la voluntad del Padre, al punto que se notaba la determinación en su rostro, “con
una firmeza de propósito frente a las dificultades y los peligros” (A.T. Robertson). “Este fue un punto crucial y
dramático en el ministerio de Cristo. Después de esto, Galilea dejó de ser su
centro de operaciones... Sabemos por una comparación de los Evangelios que
durante este período del ministerio de Cristo, Él hizo visitas cortas a Jerusalén
para celebrar las fiestas. No obstante, esas visitas breves solo fueron
interludios en este período ministerial que culminaría en un viaje final a
Jerusalén con el propósito de morir allí. Por esa razón Lucas hizo hincapié en
este punto de quiebre en el ministerio de Cristo en un estilo más dramático que
cualquiera de los otros Evangelios, al mostrar la determinación inequívoca de
Cristo para completar su misión de ir a la cruz” (J. MacArthur). Faltaban varios meses para su crucifixión,
pero su obra expansiva en Galilea había terminado, y había llegado el momento
de pasar a la fase más desafiante de su ministerio, el enfrentamiento final con
los líderes judíos que culminaría en su crucifixión. Seguramente, entendemos la
importancia de que afirmase su rostro para ir a Jerusalén. Entendemos la importancia de la
resolución, la determinación. Por ejemplo, cambiar malos hábitos alimenticios
por una dieta saludable o ahorrar dinero evitando todo gasto innecesario, requieren
determinación. En fin, sin determinación no hay perseverancia, y sin
perseverancia nada bueno se puede lograr. Jesucristo es nuestro ejemplo en
determinación perseverante. Cristo “afirmó su rostro para ir
a Jerusalén”, y nosotros debemos afirmar nuestro rostro para alcanzar la vida
eterna. El apóstol Pablo escribió, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea
perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui
también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya
alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14). Esforzarnos cada día para
alcanzar la vida eterna requiere determinación. Las palabras no reemplazan la
acción. No se trata de lo que decimos, sino de lo que hacemos. Cristo dijo, “No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21). Necesitamos afirmar nuestro
rostro para mantener el rumbo inicial y a paso firme, sin distraernos con los
pasatiempos que ofrece el mundo. Necesitamos afirmar nuestro rostro para
continuar diciendo “no” a la tentación. Necesitamos afirmar nuestro rostro para
continuar adelante a pesar de los altibajos de la vida. Jesús entiende muy bien lo que necesitamos:
“Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Luc.
9:23).