Por Josué Hernández
Varios pasajes en el Nuevo
Testamento nos instruyen a vivir con temor. Por ejemplo:
“Por tanto, amados
míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino
mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y
temblor” (Fil. 2:12).
“Y si invocáis por
Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno,
conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Ped. 1:17).
“Temamos, pues, no
sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros
parezca no haberlo alcanzado” (Heb. 4:1).
Estos pasajes no pretenden
quitarnos la confianza. Los cristianos somos hijos adoptivos de un Dios
amoroso, no esclavos de un tirano malvado (Rom. 8:15; 1 Jn. 3:1; 4:15-21), pero
debemos vivir con la mayor reverencia por Dios, es decir, con un temor
saludable para no desagradarlo.
El cristiano temeroso procura
acercarse a Dios, “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”
(Heb. 4:16), pero al acercarse a Dios nunca lo hace de manera casual o
irreverente, “sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia” (Heb. 12:28).
El cristiano temeroso reconoce sus
limitaciones, no presume saberlo todo, y por lo tanto, estudia diligentemente
la revelación de Dios en su palabra, la Biblia, y medita en ella (Sal. 119:48).
Los pensamientos de Dios no son los nuestros (Is. 55:8,9). Por lo tanto, “No
menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de
toda especie de mal” (1 Tes. 5:20-22).
El cristiano temeroso huye de la
tentación, procura siempre abstenerse de toda especie de mal. Y usando de
sabiduría, procura mantenerse alejado de circunstancias en las que la tentación
sea mayor. Es discreto en los lugares que visita, y lo que ve y oye, y las compañías
que frecuenta. “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas
costumbres” (1 Cor. 15:33).
Cuando la mayoría quiere hacer lo
mínimo para agradar a Dios, el cristiano temeroso no procura hacer lo menos
posible por Dios, porque él reconoce el mandamiento, “Y amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento” (Mar. 12:30).
“Así que, amados,
puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y
de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1).