Adulterio en el corazón

 


Por Josué Hernández

 
Mientras avanzamos nuestro estudio bíblico en “El sermón del monte”, encontramos a Jesús exponiendo “la justicia del reino de los cielos”. Y, habiendo abordado la problemática del enojo y el homicidio, Jesús enfocó la codicia y el adulterio en el corazón.
 
Es posible que muchos hombres, y también, mujeres, consideren esta enseñanza como difícil de aceptar. Después de todo, dirían, “no cometí el acto mismo”. No obstante, recordemos que Jesús primeramente enseñó: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mat. 5:8). Luego, Jesús también nos advirtió: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 5:20).
 
Preguntamos, ¿de qué manera nuestra justicia excederá, o superará, a la justicia de los escribas y fariseos? Luego de enseñar que “no basta con no matar”, Jesús dijo: “Habéis oído que se dijo: "NO COMETERAS ADULTERIO." Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno” (Mat. 5:27-30, LBLA).
 
La interpretación y aplicación tradicionales respecto séptimo mandamiento
 
“Jesús no estaba alterando los términos de la ley en ninguno de estos pasajes. Por el contrario, Él estaba corrigiendo lo que ellos habían "oído" decir, la comprensión rabínica de la ley” (J. B. Coffman).
 
“No se opuso a la ley de Moisés, sino a las falsas y perniciosas interpretaciones de la ley que prevalecían en su tiempo” (Albert Barnes).
 
Jesús señaló la insuficiencia de la tradición de los ancianos (cf. Mat. 15:2; Mar. 7:3), diciendo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio” (Mat. 5:27), indicando la interpretación tradicional aceptada por los escribas y fariseos.
 
“En la época de Jesús se enseñaba que el adulterio consistía en el hecho consumado. Así un hombre no quebrantaba la ley hasta que el acto mismo fuera cometido. Su corazón podía estar lleno de pensamiento adúltero, pero no era considerado pecador” (Harold Lindsell).
 
“La ley de Moisés prohibía el adulterio con toda claridad (Ex. 20:14; Deut. 5:18). Uno podría estar orgulloso de nunca haber quebrantado este mandamiento, y sin embargo tener sus «ojos llenos de adulterio» (2 Ped. 2:14). Externamente respetable, sin embargo, su mente podría estar vagando constantemente por laberintos de impureza” (W. MacDonald).
 
“Los discípulos de Jesús habían oído mucha denuncia del adulterio (adulterio físico), Éxodo 20:14, pero ¿qué tanto énfasis se daba al décimo mandamiento (Éxodo 20:17, "No codiciarás la mujer de tu prójimo")? Jesús condena el adulterio en el corazón, que es la causa del adulterio físico; es decir, no basta con no cometer el adulterio físico. Cristo quiere corazones limpios (Mat. 5:8) en los cuales no haya adulterio” (W. Partain).
 
Como lo hicieron con el sexto mandamiento, enfatizaron la letra de la ley, es decir, el acto físico mismo, sin apreciar el espíritu de la ley, en otras palabras, la raíz del pecado denunciado.
 
La interpretación de Jesús
 
Nuevamente, Jesús interpretó la ley de forma diferente a como lo hacían los escribas y fariseos, en otras palabras, la enseñanza de Jesús excedía la justicia de estos líderes religiosos (Mat. 5:20).
 
No es necesario cometer el acto físico mismo del adulterio para ser culpable de adulterio, porque, uno es igual de culpable cuando “mira a una mujer para codiciarla”.
 
Jesús no prohibió el “mirar”, sino el mirar para “codiciar”. Es decir, “con la intención de hacerlo, como vemos por la expresión similar usada en Mateo 6:1; o, con el pleno consentimiento de su voluntad para alimentar de ese modo sus indignos deseos” (Jamieson, Fausset, Brown).  
 
“Jesús no habla de "mirar" a una mujer para conversar con ella, ni de mirarla para admirar y apreciar su belleza, sino que habla de la mirada prolongada y sensual para codiciarla” (W. Partain).
 
Por lo tanto, la interpretación de Jesús cumplía la enseñanza de la ley (cf. Mat. 5:19). El décimo mandamiento condenaba el codiciar a la mujer del prójimo (Ex. 20:17). Incluso, mucho antes de la prescripción ley, Job dijo: “Hice un pacto con mis ojos, ¿cómo podía entonces mirar a una virgen?” (Job 31:1).
 
La solución de Jesús
 
“Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno” (LBLA).
 
“Jesús no estaba abogando aquí por la automutilación (esto no curaría la lujuria, la cual es realmente un problema del corazón). Él estaba usando esta hipérbole gráfica para demostrar la seriedad del pecado de la lujuria y el deseo perverso. El punto es que sería más "provechoso" perder uno de los miembros del cuerpo que sufrir las consecuencias eternas de la culpabilidad de un pecado como este. El pecado debe ser eliminado drásticamente porque sus efectos son letales” (J. MacArthur).
 
“El mantenimiento de una vida mental incontaminada exige una estricta autodisciplina. Por eso, Jesús enseñó que si alguna parte de nuestro cuerpo nos hace pecar, sería mejor perder nuestro miembro durante la vida que perder el alma por toda la eternidad. ¿Hemos de tomar las palabras de Jesús en sentido literal? ¿Estaba proponiendo la automutilación? Las palabras son literales hasta este punto: si fuere necesario perder un miembro antes que el alma, entonces deberíamos sentirnos satisfechos con perder aquel miembro. Por fortuna, nunca es necesario, por cuanto el Espíritu Santo capacita al creyente para vivir una vida de santidad. Sin embargo, debe haber cooperación y una rígida disciplina de parte del creyente” (W. MacDonald).
 
La clave para entender este pasaje se encuentra en Mateo 18:7,9. El ojo y la mano son obstáculos que llevan al pecado. El ojo y la mano serían incentivos para hacer lo malo, para seducir, pues son atractivos.
 
En otras palabras, tome medidas drásticas para deshacerse de todo lo que se encuentren en el curso de los acontecimientos de la tentación a pecar. Esta medida se aplica a toda seducción a pecar, no sólo al adulterio.
 
Lecciones importantes
 
El presente no es nuestra única vida, ¡estamos destinados a la eternidad! Además del cielo, el futuro comprende la posibilidad del infierno, es decir, el tormento eterno. Lo que hagamos, o no hagamos, en el presente, determinará nuestro destino eterno.
 
Nada vale tanto como la salvación de nuestra alma. La meta de Dios para nosotros es el “reino de los cielos” (cf. Mat. 7:21), la gloria, honra e inmortalidad (cf. Rom. 2:7). ¿Hay algo en esta vida que valga más que la comunión eterna con Dios (Apoc. 22:3,4)?
 
El pecado es una fuerza destructiva que no debe ser mimada. El pecado es al alma lo que el cáncer es al cuerpo, y se requiere cirugía radical.
 
Conclusión
 
El efecto de lo que Jesús enseñó es ciertamente un desafío tremendo. Ciertamente, no es un imposible, Dios no solicita lo que no podemos hacer (cf. Mat. 11:28-30; 1 Jn. 5:3).
 
“Debemos cerrar nuestros sentidos contra los objetos peligrosos, para evitar las ocasiones de pecado, y privarnos de todo lo que nos es más querido y provechoso, para salvar nuestras almas, cuando encontremos que estas cosas queridas y provechosas, por inocentes que sean en ellos mismos, nos hacen pecar contra Dios” (Adam Clarke).
 
“Los hombres a menudo se separan de algunos miembros del cuerpo, a discreción del cirujano, para que puedan preservar el tronco y mueran un poco más tarde; y sin embargo no se privarán de una mirada, un toque, un pequeño placer, que pongan en peligro la muerte eterna del alma. No basta con cerrar el ojo o detener la mano; uno debe ser arrancado y el otro cortado. Esto tampoco es suficiente, debemos echarlos a ambos. Ni un momento de tregua con una pasión maligna o un apetito pecaminoso” (Ibid.).
 
En nuestros esfuerzos no estamos solos, Dios asistirá a los que se esfuerzan por agradarle (cf. Fil. 1:6; 2:12,13; 4:13).