Por Josué Hernández
Cuando llegó el momento de resucitar
a Lázaro, Jesús clamó a gran voz diciendo: “¡Lázaro, ven fuera!” (Jn. 11:43). El
apóstol Juan nos informa de lo que ocurrió después, de la siguiente manera: “Y
el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro
envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Jn. 11:44).
Aquí tenemos una historia real y
maravillosa la cual, además, funciona como ilustración de la salvación, si prestamos
atención a los detalles.
El muerto en pecado está atado al
pecado. No hay muerto en pecado que sea libre del poder del pecado. El pecado, aunque
se comete en nombre de la libertad personal, esclaviza al pecador dejándolo apresado
bajo su dominio (cf. 2 Tim. 2:26). Por ejemplo, Simón llegó a estar “en prisión
de maldad” (Hech. 8:23). El apóstol Pablo, señalando su anterior vida sin
Cristo, se describió como “carnal, vendido al pecado” (Rom. 7:14). Jesús dijo: “todo
aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn. 8:34).
Como decíamos, la muerte acompaña
a la esclavitud del pecado, porque todo muerto en pecado está atado bajo el
poder del pecado, en otras palabras, está muerto en sus delitos y pecados (cf.
Ef. 2:1; Rom. 6:23).
Somos salvos cuando respondemos
al llamado de Jesús, y salimos de la tumba en obediencia a su evangelio. En el
bautismo somos sepultados con Cristo y resucitados con él, es decir, somos perdonados
y hechos salvos (cf. Col. 2:12,13; Mat. 28:18-20; Mar. 16:16). Luego, tenemos
la vida abundante (Jn. 10:10). “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos
del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual
fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la
justicia” (Rom. 6:17,18).
El que ha resucitado por la
palabra de Cristo, en lugar de usar las mortajas de su anterior existencia de
muerto-esclavo, anda libre y revestido de Cristo (Gal. 3:27).
Tal vez, el lector llegó a
resucitar con Cristo, y, por lo tanto, llegó a ser un cristiano en algún
momento, como lo era Simón de Samaria (Hech. 8:13), pero, si se ha apartado de
Cristo, necesita arrepentirse para salir de la prisión en la cual nuevamente está
encerrado como Simón también lo necesitaba (Hech. 8:22,23).
Sea cual fuere el caso, la
pregunta es la siguiente: ¿Estamos vivos en Cristo o muertos y atados en
pecado?
“Por esta razón
dice: Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te
alumbrará Cristo” (Ef. 5:14, LBLA).