La condenación del favoritismo


Por Josué Hernández

 
Cuando se dice que “la justicia es ciega” se entiende que la justicia no reacciona con favoritismo entre las personas, ya que se aplica de forma equitativa y con el mismo estándar a todos. Al menos, este ha sido el ideal que hemos procurado. Y a pesar de los decepcionantes fallos de la justicia terrenal, atiborrada de favoritismo e inmoralidad, Dios es “El Juez de toda la tierra” (Gen. 18:25), y “ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia” (Hech. 17:31).
 
La Biblia prohíbe el favoritismo, y tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento, Dios condenó esta forma de maldad: “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lev. 19:15). “…y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Rom. 13:9,10).
 
Reconociendo el pecado del favoritismo entre su auditorio, Santiago escribió por el Espíritu lo siguiente: “Hermanos míos, no tengáis vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo” (Sant. 2:1, LBLA). La versión Reina-Valera 1960 traduce: “que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas”.
 
Entre el auditorio de Santiago estaba “el hombre de doble ánimo” (1:8) quien necesitaba hacer arreglos urgentes en su corazón (4:8), recibir “con mansedumbre la palabra implantada” (1:19-21), y hacerse un “hacedor de la palabra” en lugar de quedarse como un simple “oidor olvidadizo” (1:22-25) engañándose a sí mismo (1:26).
 
En este caso, el hombre de doble ánimo asistía a las reuniones, algo que es bueno, pero practicaba el favoritismo, lo cual es contrario al evangelio de nuestro glorioso Señor Jesucristo:
 
“Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y vestido de ropa lujosa, y también entra un pobre con ropa sucia, y dais atención especial al que lleva la ropa lujosa, y decís: Tú siéntate aquí, en un buen lugar; y al pobre decís: Tú estate allí de pie, o siéntate junto a mi estrado; ¿no habéis hecho distinciones entre vosotros mismos, y habéis venido a ser jueces con malos pensamientos?... Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO, bien hacéis. Pero si mostráis favoritismo, cometéis pecado y sois hallados culpables por la ley como transgresores” (Sant. 2:2-9, LBLA).
 
Comentando sobre el “favoritismo” el señor W. E. Vine escribió: “denota acepción de personas, parcialidad; es el delito de uno que, siendo responsable de emitir un juicio, muestra respeto hacia la posición, rango, popularidad o circunstancias de los hombres, en lugar de examinar sus condiciones intrínsecas, prefiriendo los ricos y poderosos a aquellos que no lo son (Rom. 2:11; Ef. 6:9; Col. 3:25; Sant. 2:1). Contrastar, sin embargo, Levítico 19:15, donde se advierte de una tentación inversa, la de favorecer al pobre meramente por ser pobre, pervirtiendo los méritos intrínsecos del caso”.  
 
El punto de Santiago es sencillo, el cristiano no debe violar la fe del evangelio haciendo acepción de personas, es decir, expresando favoritismo, por circunstancias superficiales, externas, o ajenas, al caso en sí.
 
“El favoritismo es totalmente extraño al ejemplo del Señor o a las enseñanzas del NT. No hay lugar en el cristianismo para el esnobismo o la discriminación… El esnobismo y la distinción de castas son cosas totalmente inconsecuentes con el verdadero cristianismo. El servilismo ante la grandeza humana no tiene lugar en presencia del Señor de la Gloria. El menosprecio de otros por nacimiento, raza, sexo o pobreza es una negación práctica de la fe. Este mandamiento no contradice otras secciones del NT donde se manda a los creyentes a mostrar el apropiado respeto a los gobernantes, amos, ancianos y padres. Hay ciertas relaciones divinamente ordenadas que han de ser reconocidas (Rom. 13:7). En este pasaje, lo que se prohíbe es mostrar una obsequiosa deferencia por sus vestidos caros u otras distinciones artificiales” (W. MacDonald).  
 
El apóstol Pedro dijo, “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (Hech. 10:34). Y, el apóstol Pablo escribió, “porque no hay acepción de personas para con Dios” (Rom. 2:11). Sin embargo, ¿hacemos nosotros tal cosa? ¿Nos estamos esforzando por actuar con justicia a pesar de la apariencia o condición de los demás?
 

 “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Sant. 2:10-13). 

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