Por Josué Hernández
Un ángel del Señor apareció a
Cornelio, “centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de
Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios
siempre” (Hech. 10:1,2).
Según las ideas populares, esto
podría significar una revelación especial. Otros, dirían que Cornelio llegó a
ser salvo, o que habría experimentado una obra de gracia. Sin embargo, el ángel
no apareció a Cornelio por ninguna de estas cosas.
El mensaje del ángel fue
sencillo, “Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por
sobrenombre Pedro; él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda
tu casa” (Hech. 11:13,14).
Para sorpresa de muchos, a pesar
de las oraciones, las limosnas y la devoción general, el buen Cornelio
necesitaba ser salvo. La vida en Cristo es mucho más que ser buenos vecinos,
pagar los impuestos y ayudar a los necesitados. Un cristiano tiene todo esto y
más. El caso de Cornelio elocuentemente nos ilustra cómo lo mucho bueno de
nosotros no reemplaza la obediencia al evangelio (cf. Rom. 2:8; Heb. 5:9; 2
Tes. 1:8).
Mientras Pedro predicaba el
evangelio, el Espíritu Santo fue derramado sobre Cornelio y los demás gentiles;
algo maravilloso a los ojos de Pedro y los judíos que con él estaban (Hech.
10:44,45). Pedro no entendía el alcance del evangelio (cf. Hech. 10:9-33), una
incompresión común a los demás cristianos judíos (Hech. 11:1-4). Fue necesario
el derramamiento del Espíritu Santo como demostración de la aceptación divina, y
así convencer a los judíos de que el evangelio es para todas las naciones (Hech.
10:45-48; 11:15).
Ha quedado demostrado que todos
son adecuados para oír el evangelio y, por lo tanto, cada uno debe ser informado
e instado a obedecer la palabra de reconciliación (2 Cor. 5:17-21). Cada uno
debe ser enseñado por Dios, es decir, oír su palabra, aprenderla y obedecerla,
lo cual es la manera para venir a Jesucristo (Jn. 6:45).
Dios ya ha revelado la fe que
hemos de creer y obedecer (Jud. 3). Nosotros debemos leer, para entender y
aplicar a nuestras vidas, las sagradas Escrituras (cf. 2 Tim. 3:15-17; Ef. 3:4;
5:17). Necesitamos con urgencia esa información, y recibir la palabra de Dios,
es decir, obedecerla (cf. Hech. 2:41). Cada uno de nosotros es responsable de
ser salvo “de esta perversa generación” (Hech. 2:40).
Cornelio no era cristiano, no era
salvo, hasta que entendió y recibió el evangelio de Cristo, completando su obediencia
en el “un bautismo” que Cristo mandó (cf. Ef. 4:5; Mat. 28:19; Mar. 16:16).
“Y mandó que
fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidieron que se
quedara con ellos unos días” (Hech. 10:48, LBLA).