“Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis
en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres” (Jn. 8:30-32). El sustantivo “discípulo” (gr. “mathetes”) se refiere a
un “aprendiz”, un “alumno”, y “denota a uno que sigue la enseñanza de uno”
(Vine). Según estas palabras de Cristo, no es verdadero discípulo de él todo
aquel que simplemente cree en él. Las multitudes que escuchaban a Jesús aprendieron lo
suficiente para creer en él, los cual les hizo discípulos en el sentido amplio
de la palabra. Pero, para ser discípulos verdaderos, es decir, verdaderos
aprendices de Jesús, comprometidos con él, debían permanecer en la palabra de Cristo. “El creer de algunos (cf. Jn. 2:23; 8:30) tenía que ser
probado. ¿Cómo se puede saber si la fe es una mera profesión o si es genuina y
salvadora? El verdadero discipulado requiere que permanezcamos en su palabra
(su doctrina). El término permanecer es una palabra clave en los
escritos de Juan (Jn. 15:1-8; 1 Jn. 2:24; 2:28; 3:24; 4:16), el cual no indica
simplemente una profesión de fe y los otros actos iniciales de obediencia, sino
una vida entregada al Señor. Frecuentemente hablamos del plan de salvación
(oír, creer, arrepentirse, confesar que Cristo es el Hijo de Dios, y
bautizarse) pero es urgente que siempre enfaticemos la importancia de
permanecer en su palabra” (W. Partain). Algunos están dispuestos a seguir a Jesús, pero en sus
propios términos, dejando en evidencia que no son verdaderos discípulos de
Cristo, por los límites de su compromiso con Cristo. Un discípulo verdadero
acepta los términos del discipulado de Jesús, entronizando a Cristo en su
corazón, consagrándolo como el Señor de su vida, y, por lo tanto,
permaneciendo, es decir, perseverando en la doctrina del Señor: “arraigados y
sobreedificados en él” (Col. 2:7). “Y perseveraban en la doctrina de los
apóstoles” (Hech. 2:42). Algunos aceptan la enseñanza del Señor solo cuando
coincide con sus propios pensamientos y planes. Creen en él, pero no le
obedecen en todo lo que él les manda. Sin embargo, el verdadero discípulo tiene
cautivo su pensamiento a la obediencia a Cristo (2 Cor. 10:5). Algunos creyentes en Cristo no son productivos,
simplemente, no dan fruto. En contraste con aquello, Jesús enseñó que sus verdaderos
discípulos dan fruto para la gloria del Padre: “En esto es glorificado mi
Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn. 15:8). Algunos creyentes se confían en que se volvieron discípulos
por la obediencia inicial, llegando a ser bautizados (Mat. 28:19), pero, luego,
no están dispuestos a ser enseñados y guardar todas las cosas que el Señor ha
mandado (Mat. 28:20). Es decir, se hicieron discípulos, pero no permanecen como
tales, ya que abandonaron el discipulado. Algunos discípulos en los días de Jesús renunciaron después
de un tiempo: “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no
andaban con él” (Jn. 6:66). Algunos, en nuestros días, hacen lo mismo. Sin
embargo, el verdadero discípulo permanece en la palabra de Cristo. La pregunta de autoexamen no trata con nuestra fe en
Cristo, sino con nuestra perseverancia en la palabra de Cristo. Entonces, ¿soy
yo un verdadero discípulo de Cristo?