Todos sabemos cuánto varía la opinión pública respecto a
los candidatos a puestos políticos. De una semana a otra, o incluso, de un día
para otro, un candidato puede estar en la cima y luego en caer en las encuestas.
Un ejemplo común de lo rápido que puede cambiar la aprobación de los hombres.
Lo triste es que la opinión pública también suele cambiar respecto a Jesús y su
palabra. Después de que Jesús realizó un milagro y alimentó a
cinco mil personas (Jn. 6:1-14), esta gran multitud se convirtió en un grupo de
fieles seguidores, llegando incluso a pretender tomarlo y hacerlo rey (Jn.
6:15). Estaban dispuestos a arriesgar sus vidas en una revolución que derrocara
a Roma y colocara a Jesús en un trono en Jerusalén. Aunque el concepto que
tenían del reino era totalmente erróneo, su celo y determinación nos asombra. Desafortunadamente, el celo de esta multitud duró poco, y
“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con
él” (Jn. 6:66), ¿por qué? Por un mensaje de Jesús que enfatizaba la
responsabilidad de cada uno por trabajar para ser alimentados espiritualmente
por Dios: “Al oírlas, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra;
¿quién la puede oír?” (Jn. 6:60). Al llegar a Jerusalén, Jesús fue recibido por una multitud
que aclamaba con gozo, “Y la gente que iba delante y la que iba detrás
aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mat. 21:9). No obstante, días
después, la multitud fue persuadida para pedir la libertad de Barrabás y exigir
la muerte de Jesús (Mat. 27:20-22) y “gritaban aún más, diciendo: ¡Sea
crucificado!” (Mat. 27:23). La crucifixión de nuestro Señor Jesucristo nos pinta un
cuadro elocuente de lo que una turba enfurecida y un gobierno corrupto pueden
hacerle a un enemigo común. Desde la admiración y la alabanza pasaron a la
desaprobación y el menosprecio. Jesús enseñó que su palabra es puerta estrecha y camino
angosto (Mat. 7:13,14), y nos declaró que no es fácil seguirle a él (Luc. 9:23-26),
y nos mandó a sacar cuentas (Luc. 14:25-35). Frente a tales declaraciones una
mayoría ha pretendido seguir a Cristo sin pagar el precio. ¿Qué de nosotros? ¿Hemos considerado el costo del
discipulado? ¿Estamos dispuestos a dejarlo todo por Cristo? ¿Estamos negándonos
a nosotros mismos, y llevando cada día nuestra cruz siguiéndole a él? Si no,
Cristo dijo “no puede ser mi discípulo” (Luc. 14:27).