Las bienaventuranzas



Por Josué Hernández

 
Cuando comenzamos nuestro estudio del “Sermón del monte” primeramente nos encontramos con “Las bienaventuranzas” (Mat. 5:3-12), las cuales exponen la bendición que gozan los ciudadanos del reino de los cielos por las cualidades que manifiestan.
 
Las bienaventuranzas responden dos preguntas. En primer lugar, ¿quiénes serán los ciudadanos del reino de los cielos? Y luego, ¿qué bendiciones disfrutarán?
 
Comúnmente, el estudio de las bienaventuranzas se ha realizado examinando exhaustivamente cada una, lo cual quita la visión panorámica que en su conjunto exponen. En esta breve lección mantendremos la visión de conjunto que Cristo usó en “Las bienaventuranzas” enfocándonos en dos cosas presentes en los ciudadanos del reino de los cielos, su carácter y sus bendiciones.
 
El carácter de los ciudadanos del reino de los cielos
 
La descripción que realiza el Señor Jesucristo implica varias cualidades interrelacionadas. En otras palabras, no podrían ser pobres de espíritu y no pacificadores, no podrían ser de los que lloran y no limpios de corazón, no podrían ser mansos y no misericordiosos, no podrían ser de limpio corazón y no padecer persecución (cf. Gal. 5:22,23; 2 Ped. 1:5-11).
 
Los ciudadanos del reino de los cielos son “pobres en espíritu”, pues admiten su bancarrota espiritual, reconocen su necesidad de la gracia de Dios, y manifiestan su dependencia del Señor, y “lloran”, por su condición espiritual y la de otros. Son “mansos”, es decir, subordinados a Dios, con su fuerza bajo el control del Señor, y en su trato con otros, gentiles y amables, y “tienen hambre y sed de justicia”, es decir, anhelan desesperadamente hacer la voluntad de Dios. Son “misericordiosos”, en su trato con sus semejantes, porque saben que necesitan misericordia, y “limpios de corazón”, procurando agradar a Dios en sus pensamientos e intenciones. Son “pacificadores”, habiendo alcanzado la paz con Dios, y procurando la paz con todos, luchando por ella cada día, aunque “padecen persecución por causa de la justicia”, pues son incomprendidos por los orgullosos y arrogantes que se oponen a la soberanía de Dios.
 
Las bendiciones de los ciudadanos del reino de los cielos
 
La condición bendita de los ciudadanos del reino de los cielos se resume en una palabra “bienaventurados”. El adjetivo “bienaventurado” ha de entenderse como “Feliz, dichoso, afortunado, bendito”. Indicándose, no una emoción superficial, sino el bienestar divinamente concedido, que no depende de las circunstancias (algo insólito), sino de la condición del corazón.
 
Las bienaventuranzas describen la vida exitosa. Cada vez que Cristo dice “Bienaventurados” indica una razón, “porque”, señalando una cualidad espiritual que Dios aprueba y bendice:
  • “de ellos es el reino de los cielos” (v.3,10), es decir, disfrutan la ciudadanía en el reino de Dios, y por lo tanto son miembros de la iglesia (la manifestación visible del reino de los cielos; cf. 1 Tes. 2:12; Col. 1:13; Apoc. 1:6,9).
  • “ellos recibirán consolación” (v.4), ahora (2 Cor. 1:3-5) y en el futuro (Apoc. 7:13-17; 21:1-4).
  • “ellos recibirán la tierra por heredad” (v.5), es decir, disfrutan de toda bendición (cf. Sal. 37:9,11,18,22,29,34; Mat. 6:10,33; Mar. 10:29,30; 2 Ped. 3:10-13).
  • “ellos serán saciados” (v.6) de la justicia que se encuentra en Cristo (Fil. 3:8,9; Rom. 5:9; Apoc. 19:5-9).
  • “ellos alcanzarán misericordia” (v.7), es decir, el perdón de los pecados (Apoc. 1:5,6) y el escape de la ira de Dios (Rom. 5:9; 1 Tes. 1:10).
  • “ellos verán a Dios” (v.8) a través de Cristo (Jn. 14:6,7) y cara a cara (1 Jn. 3:2; aApoc. 21:3; 22:3,4).
  • “ellos serán llamados hijos de Dios” (v.9), ahora (1 Jn. 3:1,2) y por la eternidad (Apoc. 21:5-7).
 
Conclusión

¿Soy un ciudadano del reino de los cielos? ¿Estoy procurando vivir según el carácter que Dios aprueba?
 
Ciertamente, “nacer de nuevo” es el comienzo (Jn. 3:3-5), es decir, obedecer el plan de salvación del evangelio.
 
Sin embargo, cada ciudadano del reino de los cielos ha de vivir según la justicia del reino, conforme al carácter que Dios aprueba.