Por Josué Hernández
¿Quién es Jesús? La Biblia no
economiza espacio para enseñarnos sobre esto: “Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en
estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de
todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de
su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros
pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas” (Heb. 1:1-3).
Jesucristo no es un personaje de
ficción. No es simplemente un buen maestro, o un gran líder, ni un gran
profeta. Jesucristo es incomparable.
El Hijo de Dios
“Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en
estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:1,2).
En un sentido
general, todos somos hijos de Dios, “Porque linaje suyo somos” (cf. Hech.
17:28,29). Los que están en Cristo, es decir, los cristianos, son hijos de Dios
en un sentido espiritual (1 Jn. 3:1). No obstante, sólo Jesús es “el Hijo de
Dios”, indicándose su identidad y semejanza, y luego, su relación y rol en el
plan del Padre para salvarnos.
Jesucristo es el “unigénito del Padre”, es decir,
es único en su género, único ser amado, “Por lo tanto, se refiere a un concepto
único de singularidad, de ser amado como ningún otro. Juan utilizó el término
para hacer hincapié en el carácter exclusivo de la relación que existe entre el
Padre y el Hijo en la Trinidad” (J. MacArthur).
Jesús es Dios sobre
todas las cosas (Rom. 9:5), “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud
de la Deidad” (Col. 2:9).
El heredero de todas
las cosas
“a quien constituyó heredero de
todo” (Heb. 1:2). Debido a su primogenitura, es decir, su preeminencia, el
Padre ha querido que Jesucristo sea su heredero (cf. Col. 1:15-19):
- “Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dan. 7:14).
- “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre” (Mat. 11:27).
- “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18).
- “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió… Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn. 5:22,23,26).
- Si alguno será heredero de Dios, tendrá que ser coheredero con Cristo, en otras palabras, tendrá que estar relacionado plenamente con el Primogénito del Padre para ser juntamente glorificado con el Hijo de Dios (Rom. 8:16,17).
El creador y
sustentador de todo
“y por quien asimismo hizo el
universo… quien sustenta todas las cosas
con la palabra de su poder” (Heb. 1:2,3).
El primer versículo de nuestras
Biblias dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen. 1:1), luego,
Hebreos 1:2,3, Juan 1:1-4 y Colosenses 1:15,16, nos informan que Jesucristo fue
el creador de todo lo que existe, y también el sustentador de todo lo que existe,
creando todo con su palabra (Heb. 11:3) y sustentándolo todo con ella (Heb.
1:3).
La representación
exacta de la naturaleza de Dios
Jesucristo dijo: “El que me ha
visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9), “Yo y el Padre uno somos” (Jn.
10:30). Esto último no significa que el Padre y el Hijo son la misma persona.
Ambos son de la misma naturaleza. Por lo tanto, podemos conocer a Dios en la
persona de Jesucristo (Jn. 1:18).
El resplandor de
la gloria de Dios
“el cual, siendo el resplandor de
su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Heb. 1:3).
El apóstol Juan
escribió, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn.
1:14).
En el Antiguo Testamento la gloria de Dios se manifestó mediante
apariciones relacionadas al tabernáculo (ej. Ex. 40:34,35). Cuando Jesús “habitó”
hecho carne, en otras palabras, ocupando un tabernáculo en la tierra, resplandeció
la gloria de Dios. Ciertamente, su carácter, sus enseñanzas y sus milagros,
mostraban su gloria divina. Sin embargo, tal vez, Juan también pensaba en su
transfiguración, como Pedro registró: “Porque no os hemos dado a conocer el
poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas,
sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él
recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia” (2
Ped. 1:16,17).
La purificación de
nuestros pecados
Cristo es la solución a nuestro
más grande problema, el pecado. ¿Qué hizo él con este problema? Obró lo que
tanto necesitábamos, “la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo”
(Heb. 1:3).
Para los hebreos semejante afirmación inmediatamente recordaría
imágenes del día de la expiación (Lev. 16:30). No obstante, Jesús se ofreció a
sí mismo como el perfecto y suficiente sacrificio: “¿cuánto más la sangre de
Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a
Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios
vivo?” (Heb. 9:14; cf. 10:1-10).
Rey y Sumo
sacerdote
“habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra
de la Majestad en las alturas” (Heb. 1:3).
La purificación es una función
sacerdotal. Cuando Jesús completó esto, se sentó, es decir, concluyó esta obra.
El lugar donde se sentó es significativo, lo cual indica su reinado como Cristo
(Sal. 2:1-7; 110:1-3) y sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (Sal.
110:4), lo cual lo distingue del orden sacerdotal levítico (cf. Heb. 7:12-19).
El último y más
grande portavoz de Dios
“Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en
estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:1,2).
En consideración
de todo lo que es Jesús, ¿quién podría ser un mejor portavoz de Dios al mundo?
Por lo tanto, la palabra de Jesucristo es el mensaje de “una salvación tan
grande”, mensaje al que debemos atender con diligencia (Heb. 2:1-3). La
pregunta es, ¿cuál es mi actitud hacia la palabra del incomparable Señor
Jesucristo?