El apóstol
Pablo escribió, “Por tanto, conociendo el temor del Señor, persuadimos a los
hombres” (2 Cor. 5:11, LBLA). Si los predicadores modernos
hubieran escrito algo similar dirían: “atraemos a los hombres”. Y no es extraño,
al considerar sermones que a menudo tienen de todo, menos persuasión. La
tentación por abandonar la verdad para hablar generalidades que no edifican ha
seducido a muchos. Y si el sermón no seduce, una sabrosa cena y algunos
servicios sociales lo harán. Las iglesias de los hombres
deberían decir “manipulamos a los hombres”, pues ganan discípulos para dejarlos
social y personalmente dependientes del liderazgo de la denominación. Esos
fuertes lazos personales dejan a la gente en línea con los proyectos y métodos
denominacionales. Algunos fanáticos podrían escribir,
“obligamos a los hombres”, ya que usan el enfoque de “ceder o sufrir”, y
presionan mediante métodos de la humana sabiduría para someter corazones a su
razonamiento. Esta es la técnica del terrorista, y la de quienes pretenden subyugar
a su prójimo mediante la intimidación. Para los seguidores de Cristo, no
obstante, “las armas de nuestra contienda no son carnales” (2 Cor. 10:4). La práctica de Pablo era la de hacer
razonar a partir de las Escrituras, persuadiendo todo lo que podía (Hech.
17:2,3; 18:4). Dios requiere una devoción sincera, además de un corazón dedicado,
y los actos externos están vacíos de todo ello. Es la verdad de Cristo la que
nos hace libres (Jn. 8:32). La fe viene por el oír la palabra de Dios (Rom.
10:17). Por lo tanto, la persuasión es el único método evangelístico legítimo
que convencerá los corazones para salvación. El apóstol Pablo escribió, “pero
a Dios somos manifiestos, y espero que también seamos manifiestos en vuestras
conciencias” (2 Cor. 5:11, LBLA), es decir, Pablo demostraba con su propia vida
la verdad que proclamaba. Sus hechos estaban sincronizados con sus labios.