¿Qué debe confesar el pecador arrepentido en el proceso de obediencia al evangelio?
Por Josué Hernández
Habiendo oído y creído el evangelio salvador (Hech. 8:35) el
pecador arrepentido debe expresar su convicción (Hech. 8:36,37) con la cual se
dirige a las aguas del bautismo (Hech. 8:37,38). La pregunta es, ¿qué debe
confesar con su propia boca el pecador del mundo en esta instancia? La respuesta breve es la
siguiente. Debe manifestar su convicción respecto al señorío y Deidad de Jesús
de Nazaret, es decir, la convicción suficiente respecto a Cristo para ser
sepultado y ser resucitado con él (Col. 2:11,12; Ef. 2:5,6; Gal. 3:26,27) para vida
nueva (Rom. 6:4-8). El pecador arrepentido, por la fe
en la información que le proporciona el evangelio, no debe confesar, por
ejemplo, que se congregará fielmente, porque al obedecer al evangelio no pone
su membresía en alguna iglesia local. Ciertamente Cristo le añadirá a su
iglesia (Hech. 2:47), el Padre le trasladará al reino (Col. 1:13), pero es el
individuo el que pone o quita su membresía en la iglesia en su sentido local. La membresía en la iglesia local
sucede luego del ingreso a la iglesia en su sentido universal. La membresía en
la iglesia local está determinada por el hombre, en cambio, la membresía en la
iglesia universal está determinada por Dios. Una buena ilustración de esto la
podemos leer en 3 Juan 9, en el caso de Diótrefes, quien estaba expulsando a
hermanos de la iglesia local. Obviamente, las acciones de Diótrefes no afectaron
la relación con Dios de los buenos hermanos que fueron quitados de la iglesia
local. Por lo tanto, entendemos que el hombre tiene algún control de la
membresía en la iglesia local, pero no así de la universal. Aunque temporalmente, alguno
puede estar en plena salvación sin pertenecer a una iglesia local, como es el
caso del eunuco etíope (Hech. 8:36-39; cf. Hech. 2:47), de los expulsados por
Diótrefes, o del propio apóstol Pablo antes de poner su membresía con los
santos en Jerusalén (Hech. 9:26). También, es posible, que un hombre sea
miembro de una iglesia local, y no sea miembro de la iglesia universal, como
sucedía con el fornicario de la iglesia en Corinto (1 Cor. 5). Aquí también
podríamos involucrar pecados practicados en secreto, los cuales Dios conoce.
Alguno podría engañar a una iglesia local, pero no a Dios (cf. 1 Tim. 5:24,25). Pablo destacó la importancia de
lo que se cree y confiesa respecto a Cristo, “que si confesares con tu boca que
Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación” (Rom. 10:9,10). Pedro señaló la importancia de aquella
fe que motiva el arrepentimiento y el bautismo respecto a Cristo cuando dijo, “Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). La sagrada Escritura especifica
varias cosas que sumadas proveen salvación. Leamos: 1) Salvación por la
predicación (1 Cor. 1:21). 2) Salvación por oír (Jn. 5:25). 3) Salvación por fe
(Ef. 2:8). 4) Salvación por arrepentimiento (Hech. 11:18; cf. Hech. 17:11;
5:31; Luc. 24:47). 5) Salvación por confesión (Rom. 10:9; cf. Mat. 10:32,33).
6) Salvación por bautismo (1 Ped. 3:21). Cuando en la Escritura se especifica el contenido
de la confesión necesaria para salvación, aprendemos que dicha confesión ha de señalar a la persona de Cristo como Señor, el
cual es Dios el Hijo (Hech. 8:37; Rom. 9:5). Si alguno está persuadido del
señorío de Cristo (cf. Hech. 2:32-36) y arrepentido de su pasada manera de vivir, ¿por qué tendría
que confesar alguna otra cosa?