Razonando al predicar



Por Josué Hernández

 
Siempre que el apóstol Pablo predicó, motivó el razonamiento de su audiencia. Vemos este ejemplo en sus dos visitas a Éfeso. “Y arribaron a Efeso, donde los dejó: mas antes de esto, entrando él en la sinagoga, razonó con los judíos” (Hech. 18:19, VM). Cuando regresó a Éfeso, después de haber sido obligados a abandonar la sinagoga “separó a los discípulos, razonando diariamente en la escuela de Tirano” (Hech. 19:9, VM).
 
Este método en su predicación no fue un “estilo” reservado sólo para el pueblo de Éfeso, “en todas partes y en todas las iglesias” (1 Cor. 4:17) el apóstol Pablo predicaba así. Lucas registra que cuando Pablo estuvo en Tesalónica “según era su costumbre, entró en medio de ellos, y durante tres sábados razonó con ellos, sacando sus argumentos de las Escrituras, abriendo su sentido, y exponiendo que era necesario que el Mesías padeciese, y resucitase de entre los muertos; y que este Jesús a quien (dijo) yo os predico, es el Mesías.” (Hech. 17:2,3, VM).
 
En los tres pasajes anteriores el verbo griego “dialégomai” es traducido por Reina-Valera 1960 como “discutir”. Sin embargo, el verbo griego no lleva en sí la carga negativa que se le ha impuesto en nuestra sociedad al verbo “discutir”. Bien se entiende que Pablo discutía, razonando, y exponiendo los argumentos que sustentaban su tesis. Sin duda alguna, la predicación del inspirado apóstol Pablo es muy diferente a la que observamos en el mundo religioso de hoy:
 
“Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo” (Hech. 17:2,3)
 
No apeló a las emociones
 
Aunque las emociones son naturales, siempre pueden ser engañosas. Recordemos: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Porque: “Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final, es camino de muerte” (Prov. 14:12). Las emociones pueden ser un subproducto de nuestro fiel servicio a Dios, pero no deben ser la base para ello. La fe salvadora viene por oír la palabra de Dios (Rom. 10:17), no por las emociones del corazón.
 
No apeló a la codicia
 
Los llamados “televangelistas” son conocidos por esto. Ellos prometen que si usted abre su billetera a los caprichos de ellos, Dios le bendecirá. Otros también apelan a la codicia cuando afirman que si los seguimos Dios nos bendecirá físicamente. No obstante, seguir a Dios no es el camino a la riqueza y la gloria terrenales. Los que enseñan lo contrario son descritos por el Espíritu Santo como: “hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia” (1 Tim. 6:5). Jesucristo prometió que si seguimos sus enseñanzas serán satisfechas nuestras necesidades básicas (Mat. 6:31-33), pero no garantizó las riquezas y los placeres terrenales que muchos ahora buscan. El buen siervo de Cristo aprenderá el contentamiento (Fil. 4:11-13) repudiando la avaricia, la cual “es idolatría” (Col. 3:5).
 
No apeló a la tradición
 
El evangelio de Cristo, que Pablo predicaba era novedoso para los que lo oían, y no era tradicional. Obviamente, la verdad no está determinada por la cantidad de personas que durante un largo tiempo hayan creído y practicado algo. Recordemos, Jesús condenó a los fariseos quienes por su tradición habían “invalidado el mandamiento de Dios” (Mat. 15:6). Por su parte, una costumbre, por ser tradición, no siempre será mala. La diferencia la hará la fuente de la tradición, y si invalida o no la bendita palabra de Dios. A pesar de esto, muchas tradiciones de larga data son erradas. Por lo tanto, cuando predicamos debemos apelar a la verdad de Cristo, no a las tradiciones.
 
No apeló a la curiosidad por lo nuevo
 
A veces, cuando la gente se da cuenta de que alguna de sus prácticas tradicionales es mala, la rechazan para adoptar otra práctica nueva pero igualmente errónea. Una práctica no necesariamente es correcta por oponerse a otra que es errónea. El error tiene mucho que ofrecer. Sin embargo, algunos quedan atrapados en la emoción de la nueva enseñanza o práctica, como “niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”  (Ef. 4:14).
 
No apeló a la sabiduría humana
 
La sabiduría de Dios y la sabiduría de este mundo están en total desacuerdo (1 Cor. 1:19-21; Sant. 3:15).  Por esta razón, Pablo dijo a los corintios: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Y la razón era evidente: “para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor. 2:5). En lugar de predicar la sabiduría del mundo, el apóstol Pablo anunció la “sabiduría de Dios” (1 Cor. 2:7).
 
Conclusión
 
En lugar de apelar a las emociones, codicia, tradiciones, lo novedoso o la sabiduría humana, debemos abrir las Escrituras para razonar, explicar, y dar las evidencias que presentan nuestro mensaje como la verdad de Cristo (Jn. 8:31,32; 17:17; 2 Tes. 2:13).
 
La predicación que motiva el razonamiento puede parecer aburrida actualmente, y pasada de moda para muchos, pero no podemos seguir el mal ejemplo de los falsos maestros modernos con las diversas apelaciones que hacen. En el patrón de las sanas palabras (1 Tim. 6:3; 2 Tim. 1:13), la predicación que mueve al razonamiento es el método de predicación divinamente aprobado.