Por Josué Hernández
Antes de ascender a los cielos,
Jesucristo les dio a sus apóstoles una promesa y un encargo. La promesa: “pero
recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”. El
encargo: “y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta
lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
Algunos afirman que el ser
“testigos” es sinónimo de predicar la experiencia personal de conversión, y
preguntamos, ¿es “testificar” un término exacto para todo esfuerzo evangelístico?
¿Es nuestra predicación una testificación como la de los apóstoles en su cargo?
¿Qué enfoque usaban los apóstoles de Cristo en su predicación?
Testimonios de hoy
Al enseñar a otro cómo recibir a
Cristo, la práctica común es compartirle la propia experiencia de la aceptación
de Cristo como Señor y Salvador personal. Este intercambio de experiencias de
la propia conversión es llamado “testificar”. Esta práctica es usada para
convencer a un prospecto acerca del poder de Dios para transformar la vida de
uno.
En este proceso, a menudo se
anima a los nuevos conversos a desarrollar rápidamente su propio “testimonio”
personal, testimonio que proclama cómo su vida fue cambiada: Sus acciones y
actitudes antes de aceptar a Cristo, las circunstancias que rodearon su
conversión, y los cambios que ocurrieron luego de su conversión. Cuánto más dramático
mejor.
Ya que el Nuevo Testamento habla
de personas que fueron “testigos” (Hech. 1:8), parece que hay justificación
para testificar experiencias personales de conversión. Es más, algunos afirman que
todos los cristianos son “testigos” de Cristo cómo los apóstoles lo fueron. Sin
embargo, considere las siguientes preguntas: ¿Es la promesa de Hechos 1:8 para
todos los cristianos? ¿Es el encargo de Hechos 1:8 para todos los cristianos? ¿De
qué darían testimonio los apóstoles? ¿Darían ellos testimonio de su propia
conversión?
Testimonios en el
Nuevo Testamento
El contexto de Hechos 1:8 revela
que los testigos indicados por Cristo fueron los apóstoles (v. 1-11), quienes
se mencionan específicamente en el versículo en Hechos 1:2. El lector puede
considerar los pronombres y sus antecedentes en el contexto.
Para ser un testigo semejante se
requerían calificaciones muy específicas según Hechos 1:21,22. 1) Estar con los
apóstoles. 2) Desde el momento del bautismo de Jesús hasta su ascensión al
cielo. 3) Tener la experiencia para testificar la resurrección del Señor Jesús.
4) Sobre todo, ser escogido por el Señor (cf. Hech. 1:2,24).
Según el registro inspirado, los
apóstoles dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús (Hech. 1:22;
2:32; 3:15; 5:30-32; 13:30,31). Luego, dieron también testimonio de su
experiencia con el Señor Jesús (Hech. 10:38-42; 2 Ped. 1:16-18; 1 Jn. 1:1-4). El
apóstol Pablo fue testigo a los gentiles (cf. 1 Cor. 15:7-9; Hech. 22:14,15;
26:16-22). Hemos de enfatizar que el punto central del testimonio apostólico es
la resurrección del Señor Jesús.
Cuando hablamos de testigo (gr. “martus”),
nos encontramos con una palabra que “Denota a uno que puede certificar o
certifica aquello que ha visto u oído, o conoce” (Vine). La palabra llegó a
significar “el que muere por su fe, dando testimonio supremo, el testimonio de
la sangre”, porque ese era regularmente el precio que se pagaba por dar
testimonio de Jesús:
“y cuando se
derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y
consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban” (Hech.
22:20).
“Yo conozco tus
obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre,
y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue
muerto entre vosotros, donde mora Satanás” (Apoc. 2:13)
“Vi a la mujer ebria
de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la
vi, quedé asombrado con gran asombro” (Apoc. 17:6).
El término “testigo” nunca se
usaba simplemente de alguien que predicara contando sus experiencias. El
testimonio respecto a Cristo tenía particularmente un mensaje, un propósito, y
una permanencia o estabilidad. Los apóstoles, como embajadores de Cristo, fueron
“testigos” de un estatus superior, luego, los fieles cristianos fueron
identificados como “testigos de Cristo”.
Apreciando la
distinción
En cuanto al enfoque, el testigo
moderno habla de su experiencia, y testifica su cambio de vida (cuanto más
dramático mejor), lo cual queda propenso a la exageración, incluso el engaño,
para vender su testimonio. Pero, el testimonio apostólico argumenta sobre la
resurrección del Señor Jesús, certificando el cumplimiento de la profecía.
En cuanto al método, el testimonio
moderno procura que otros pongan su fe en Jesús sobre la base de emociones. Mientras
que el testimonio apostólico procura que pongamos nuestra fe en Jesús sobre la
base de hechos y evidencia.
En cuanto a la fuerza, el
testimonio moderno halla su poder en un relato emocional, que podría
exagerarse, y que podría revertirse, y que, a fin de cuentas, carece de la
fuerza del testimonio apostólico para salvar el alma. No obstante, el
testimonio apostólico permanece para siempre sin alteración, escrito con dolor
y sangre, con la capacidad de salvar el alma, y para la gloria de Cristo.
Conclusión
Llegaremos a creer verdaderamente
en Cristo por la palabra de sus apóstoles (Jn. 17:20; Hech. 1:2,3,8). Algo que
no puede ser superado por los emocionantes testimonios personales de la
actualidad.
Transformaciones se producen
todos los días, en diferentes religiones, pero tal cosa no es “conversión” en
el sentido bíblico de la palabra. Todo tipo de personas, siguiendo diferentes
doctrinas, cambian notablemente. Todo tipo de religiones ofrecen algún tipo de
cambio.
Ponga su fe en el testimonio
apostólico y obedezca ese testimonio acerca de Cristo (cf. Hech. 2:36-39; 1 Jn.
1:1-4).
“a fin de que cada
uno se convierta de su maldad” (Hech. 3:26).
“de estas
vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y
todo lo que en ellos hay” (Hech. 14:15).
“para que abras
sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de
Satanás a Dios” (Hech. 26:18).
“para servir al
Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9).