Si hubiéramos estado con Moisés,
habríamos sido fieles. Si hubiéramos estado con Cristo, no lo habríamos
abandonado. Si hubiéramos estado con los primeros cristianos, con gozo
habríamos sufrido las persecuciones para seguir proclamando el evangelio. “Si hubiéramos estado ahí…”, esta
frase la repiten todas las generaciones. ¿A caso no es fácil decirlo? Si
hubiéramos estado ahí, ¿estamos seguros de que seríamos fieles? ¿Estaríamos
firmes por la verdad? Si hubiéramos estado ahí, ¿nos
habríamos opuesto al primer anciano que comenzó a presidir sobre una iglesia
local? En aquel tiempo parecía una cosa pequeña, pero fue el comienzo del
sistema papal. Sin duda alguna, los desconocidos soldados de la cruz que se
opusieron a las innovaciones no pelearon en vano, sus nombres están escritos en
el libro de la vida del Cordero. Si hubiéramos estado ahí, ¿nos
habríamos opuesto a la Sociedad Misionera y al uso de instrumentos musicales?
Algunos lo hicieron, pero tuvieron que dejar el edificio de la iglesia, la
estima popular, y comenzar de nuevo. ¡Lástima que no hallamos estado ahí para
ayudarles! Si hubiéramos estado ahí, ¿nos
habríamos opuesto a las innovaciones que resultaron en la centralización y el
institucionalismo de la actualidad? Una minoría de hermanos presentó batalla
por la verdad, mientras una mayoría seguía las seductoras luces de la iglesia
patrocinadora y los proyectos a nivel de hermandad. ¡Es una pena que no
hallamos estado ahí, con ellos, firmes por la verdad! Sin embargo, no estuvimos ahí. Estamos
aquí. Y ahora hay batallas que pelear, y las batallas de hoy no son bonitas. No
estamos en una situación diferente a la de las generaciones anteriores: “Porque
no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda
la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo
acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:12,13).