En Efesios 4:7-16 leemos de los
dones que Cristo ha dado a su iglesia, y aprendemos que estos dones son
funciones u oficios: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Ef. 4:11). Algunos de estos dones, o
regalos, fueron temporales. Los apóstoles y los profetas no están en ejercicio
personal hoy en día. Sin embargo, su obra forma el cimiento (Ef. 2:19-22). Otros
dones, u obsequios, son permanentes: Evangelistas, pastores y maestros, cuyo
trabajo de ampliar y edificar el cuerpo de Cristo continúa (cf. 1 Cor. 3:9-11). El propósito de estos dones de
Cristo fue definido por Pablo en Efesios 4:12: “a fin de
capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo” (LBLA). Entonces, “capacitar a los santos
para la obra del ministerio” es objetivo importante para aquellos que sirven
como evangelistas, pastores y maestros. De hecho, es una de las principales
razones por las que nos reunimos (Heb. 10:24,25; cf. 1 Cor. 14:26; Col. 3:16). Por ejemplo, el evangelista Tito
fue instruido una y otra vez para lograr este fin: “Recuérdales que se sujeten
a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda
buena obra” (Tito 3:1). “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que
insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en
buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tito 3:8). “Y
aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de
necesidad, para que no sean sin fruto” (Tito 3:14).
El Señor está
construyendo su iglesia
Cristo dijo: “edificaré mi
iglesia” (Mat. 16:18). Esta promesa, que se refiere al “establecimiento” de la
iglesia, fue cumplida. Sin embargo, el Señor continúa construyendo su iglesia. Como
cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:22,23), está muy involucrado
en la expansión de ella, y en el libro Hechos vemos el interés del Señor para
que almas fueran agregadas a su iglesia. Por ejemplo, el Señor esperó el
día de Pentecostés para derramar su Espíritu y muchos oyeran el evangelio
(Hech. 2:17,33,47). El Señor envió un ángel para que Felipe se encontrara con
el etíope (Hech. 8:26). El Señor mandó a Ananías para que se reuniera con Saulo
(Hech. 9:10-15). ¿Recuerda otros casos? Así como ayer, también hoy, el
Señor está interesado en la salvación del hombre (cf. 1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9),
y este interés lo ejerce activamente mediante su providencia: “Porque los ojos
de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que
tienen corazón perfecto para con él” (2 Cron. 16:9). El Señor prometió a los
que tienen “hambre y sed de justicia” el ser “saciados” (Mat. 5:6; Jn. 6:35). Si alguno, en algún lugar, está
buscando hacer la voluntad de Dios, el Señor le dará la oportunidad de
encontrar la enseñanza necesaria. Los predicadores son “colaboradores de Dios”
en esta tarea (cf. 1 Cor. 3:5-9). Los predicadores son “servidores de Cristo, y
administradores de los misterios de Dios” (1 Cor. 4:1).
El Señor “abre las
puertas” para los que están capacitados para servir
Una “puerta abierta” es una
oportunidad: Pablo escribió a los corintios: “porque se me ha abierto puerta
grande y eficaz, y muchos son los adversarios” (1 Cor. 16:9). “Cuando llegué a
Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el
Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito;
así, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia” (2 Cor. 2:12,13). No obstante, la puerta es abierta
a los que están preparados, es decir, capacitados: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante
de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca
fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apoc. 3:8). Por lo tanto, si deseamos que el
Señor nos abra la puerta debemos prepararnos (2 Tim. 2:20-22; 3:16,17). Capacitarnos para
enseñar la palabra eficientemente al mundo, y así también “capacitar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”
(Ef. 4:12, LBLA). Piense en lo siguiente: ¿Si no
nos preparamos para la obra del ministerio? ¿Quién será instrumento útil para
enseñar? ¿Quién será instrumento útil para animar? ¿Quién será instrumento útil
para servir? Sencillamente, el Señor no abrirá puerta a una congregación, o
individuo, que no se ha capacitado.
Conclusión
Dios obra en su providencia para
llenar la necesidad, cuando anhelamos ser una lumbrera en el mundo, anhelamos
que Cristo sea glorificado, anhelamos que almas sean salvas, y nos capacitamos
para todo ello. La pregunta es, ¿estás haciendo
todo lo posible capacitándote para ser más útil a Cristo?