Tomar venganza


 
Por Josué Hernández

 
Mientras continuamos nuestro estudio en “El sermón del monte” hemos contemplado el evidente contraste que Jesús hacía entre la justicia de los escribas y fariseos, con sus interpretaciones y aplicaciones tradicionales, y lo que él requiere de los ciudadanos del reino de los cielos (Mat. 5:20).
 
En esta lección aprenderemos lo que Jesús enseña acerca de la venganza: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mat. 5:38-42).
 
La enseñanza de la ley
 
“Ojo por ojo, y diente por diente” es llamada la Ley del Talión (“Talión”, del latín “talis” o “tale” = “idéntico” o “semejante”, de donde deriva la palabra castellana “tal”). Sin embargo, antes de seguir alguna de las muchas opiniones al respecto, debemos detenernos para aprender de la Biblia que la ley mosaica autorizaba elocuentemente los castigos judiciales; pero, no autorizaba la venganza personal (Ex. 21:22-25; Lev. 24:20; Deut. 19:15-21). Por lo tanto, la venganza personal estaba prohibida.
 
La venganza personal no era parte del plan de Dios para su pueblo (Lev. 19:18; Prov. 20:22; 24:29). La venganza debía dejarse en manos de Dios y de sus debidamente designados agentes (cf. Rom. 12:19; 13:1-4).
 
La interpretación y aplicación tradicionales
 
La venganza personal fue la interpretación común que asumía el judío promedio (cf. Luc. 9:51-55) por la influencia de “la tradición de los ancianos” que permeaba la sociedad como levadura (cf. Mar. 7:3). Entonces, las declaraciones bíblicas que involucraban a los agentes designados de Dios fueron usadas para justificar la represalia de los unos contra los otros.
 
Como la mayoría en la actualidad, la práctica común era usar del contraataque para solventar alguna injusticia sufrida.
 
La enseñanza de Jesús
 
La doctrina del Señor Jesucristo: No contraatacar, oponiendo resistencia, al que es malo (Mat. 5:39), y responder al mal con el bien, ya sea el abuso físico (v.39), un abuso ante los tribunales (v.40), la opresión del gobierno (v.41), o la solicitud por ayuda (v.42). Esto es lo que Dios siempre habría deseado en el trato de los unos con los otros (cf. Mat. 7:12).
 
Varios ejemplos del Antiguo Testamento concuerdan con la enseñanza de Cristo, entre los cuales podemos indicar el caso de José, cuando perdonó a sus hermanos (Gen. 45:4-15), David, cuando perdonó la vida de Saúl (1 Sam. 24:8-15), y Eliseo, cuando alimentó a ejército sirio (2 Rey. 6:8-23).
 
El Nuevo Testamento también contiene muchos ejemplos que derivan de Jesucristo, nuestro modelo conductual perfecto (cf. Mat. 26:67; Jn. 18:22,23; Luc. 23:34; Ped. 2:20-23). Aprendemos de Esteban, cuando era apedreado (Hech. 7:59,60). Pablo, cuando fue abandonado (2 Tim. 4:16; cf. Rom. 12:18-21). Y, los hebreos, que aceptaron el saqueo de sus bienes sufriendo con gozo (Heb. 10:32-34). 
 
Conclusión
 
“Si practicamos esta enseñanza habrá dos resultados muy beneficiosos. 1) Nuestra salvación. Se prepara el alma para que podamos ser ciudadanos del reino de los cielos y vivir con Dios para siempre. 2) Trae beneficios para el ofensor. ¿Cuál es el único medio de ganarle? Si el discípulo vuelve mal por mal, insulto por insulto, y reproche por reproche, entonces los dos pierden, pero si el discípulo obedece este texto, no solamente se salva él mismo, sino que también habrá esperanza de que se salve a aquel que le maltrata” (Notas sobre Mateo, Wayne Partain).
 
La forma de responder a la maldad es con el bien, procurando vencer al enemigo sin dar un solo golpe.
 
Las enseñanzas de Cristo desafían a la llamada “naturaleza humana”. Sin embargo, hemos sido llamados a participar de “la naturaleza divina” (cf. 2 Ped. 1:4), como veremos en la próxima lección: “¿Cómo tratar a nuestros enemigos? (Mat. 5:43-48)”.