En el contexto del uso de los dones espirituales (1 Cor.
12-14), el apóstol Pablo tenía mucho que decir sobre el amor. Podríamos pensar
que “1 Corintios 13 es el capítulo del amor”. Sin duda alguna no hay una descripción
más hermosa y elocuente del amor: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no
busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas
se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán
las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Cor. 13:4-8). Todos los días me esfuerzo por pensar, hablar y actuar de
tal manera que mi nombre pueda reemplazar a la palabra “amor” en este pasaje. A
menudo me quedo corto, pero sigo intentándolo. Yo quiero mejorar y seguir
creciendo. ¿No lo quiere usted? Pablo escribió que el amor es “benigno”, es decir, el amor
es “bondadoso”, “amable”. Creo que podemos detenernos aquí y hacer aplicaciones.
Dios es benigno
¿Podríamos pensar en un ejemplo mejor y más grande de
amor que Dios mismo? El apóstol Juan declaró: “El que no ama, no ha conocido a
Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Jesús enseñó: “Porque si amáis a los
que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que
los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque
también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes
esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a
los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y
haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón
grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos
y malos” (Luc. 6:32-35). Dios ha expresado elocuentemente su amor hacia nosotros a
través de Cristo (cf. Ef. 2:7; Tito 3:4). El cristiano era enemigo, pero ha sido
reconciliado debido a la benignidad de Dios (Rom. 5:10; Col. 1:21). ¿Por qué? “porque
él es benigno para con los ingratos y malos” (Luc. 6:35). ¡Qué tremendo es el
amor de Dios! Podríamos pensar que ciertas personas no merecen nuestra
benignidad. Preguntamos, ¿merecemos nosotros la benignidad de Dios? ¿Qué sería
de nosotros sin la benignidad de Dios? Tal vez no hemos meditado adecuadamente
en todo lo que Dios ha hecho, y sigue haciendo, por amor a nosotros. El Dios de
la Biblia, el único Dios verdadero, es benigno con los ingratos y malos. ¿No
estábamos nosotros en tal categoría de “ingratos y malos”? Necesitamos recordarlo
todos los días.
El pueblo de Dios debe ser benigno
Lleno del amor de Dios, el apóstol Pablo escribió: “Antes
sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como
Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). “Vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad,
de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col. 3:12). El Señor enfatizó al amor como potencia evangelizadora: “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:34,35). En fin, aunque el mundo se distingue por su odio al
prójimo, Cristo manda a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os
ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Mat. 22:39). ¿Qué podría motivar al pueblo de Dios para que se
comporte de semejante forma? El apóstol Pablo indicó el bondadoso amor de Dios:
“Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes,
extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en
malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se
manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos
salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
nuestro Salvador” (Tito 3:3-6). Dios es benigno. Cristo, siendo Dios, es benigno. El
cristiano como discípulo de Cristo ha de ser benigno. La pregunta es, ¿somos
benignos?