El amor es benigno

 


Por Josué Hernández

 
En el contexto del uso de los dones espirituales (1 Cor. 12-14), el apóstol Pablo tenía mucho que decir sobre el amor. Podríamos pensar que “1 Corintios 13 es el capítulo del amor”. Sin duda alguna no hay una descripción más hermosa y elocuente del amor:
 
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Cor. 13:4-8).
 
Todos los días me esfuerzo por pensar, hablar y actuar de tal manera que mi nombre pueda reemplazar a la palabra “amor” en este pasaje. A menudo me quedo corto, pero sigo intentándolo. Yo quiero mejorar y seguir creciendo. ¿No lo quiere usted?
 
Pablo escribió que el amor es “benigno”, es decir, el amor es “bondadoso”, “amable”. Creo que podemos detenernos aquí y hacer aplicaciones.
 
Dios es benigno
 
¿Podríamos pensar en un ejemplo mejor y más grande de amor que Dios mismo? El apóstol Juan declaró: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Jesús enseñó: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto. Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos” (Luc. 6:32-35).
 
Dios ha expresado elocuentemente su amor hacia nosotros a través de Cristo (cf. Ef. 2:7; Tito 3:4). El cristiano era enemigo, pero ha sido reconciliado debido a la benignidad de Dios (Rom. 5:10; Col. 1:21). ¿Por qué? “porque él es benigno para con los ingratos y malos” (Luc. 6:35). ¡Qué tremendo es el amor de Dios!
 
Podríamos pensar que ciertas personas no merecen nuestra benignidad. Preguntamos, ¿merecemos nosotros la benignidad de Dios? ¿Qué sería de nosotros sin la benignidad de Dios? Tal vez no hemos meditado adecuadamente en todo lo que Dios ha hecho, y sigue haciendo, por amor a nosotros. El Dios de la Biblia, el único Dios verdadero, es benigno con los ingratos y malos. ¿No estábamos nosotros en tal categoría de “ingratos y malos”? Necesitamos recordarlo todos los días.
 
El pueblo de Dios debe ser benigno
 
Lleno del amor de Dios, el apóstol Pablo escribió: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32). “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Col. 3:12).  
 
El Señor enfatizó al amor como potencia evangelizadora: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:34,35).
 
En fin, aunque el mundo se distingue por su odio al prójimo, Cristo manda a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mat. 5:44). “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). 
 
¿Qué podría motivar al pueblo de Dios para que se comporte de semejante forma? El apóstol Pablo indicó el bondadoso amor de Dios: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:3-6).
 
Dios es benigno. Cristo, siendo Dios, es benigno. El cristiano como discípulo de Cristo ha de ser benigno. La pregunta es, ¿somos benignos?