El sustantivo neutro “evangelio”
(gr. “euangelion”) aparece decenas de veces en el Nuevo Testamento, y bien lo
entendemos como las “buenas nuevas” de Dios para nosotros. En el presente
artículo identificaremos brevemente como el Nuevo Testamento señala a estas
“buenas nuevas”. Es el evangelio de Dios: “Pablo,
siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de
Dios, que Él ya había prometido por medio de sus profetas en las santas
Escrituras” (Rom. 1:1,2, LBLA). Dios es la fuente de esta buena noticia, en
otras palabras, él hace que estas noticias sean realmente buenas para todos
nosotros. Es el evangelio de la gracia de
Dios: “Pero en ninguna manera estimo mi vida como valiosa para mí mismo, a
fin de poder terminar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús,
para dar testimonio solemnemente del evangelio de la gracia de Dios” (Hech.
20:24, LBLA). La buena noticia es que Dios, siendo santo y justo, también es
clemente y misericordioso. El evangelio revela la expresión de la gracia de
Dios y cómo podemos recibir su gracia, por tal razón, es llamado: “la palabra
de su gracia” (Hech. 20:32). Es el evangelio de Jesucristo:
“Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mar. 1:1, LBLA). El
evangelio involucra la encarnación del Hijo de Dios y lo que hizo en este
mundo. De las primeras cosas que el pecador necesita aprender acerca de Cristo,
Pablo dijo: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el
cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo,
si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en
vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo
murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y
que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció…” (1 Cor.
15:1-5). Es el evangelio de salvación:
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de
vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo
de la promesa” (Ef. 1:13). He aquí la aplicación práctica del evangelio. Dios
envió a su Hijo para que tuviésemos salvación en él. Es el evangelio del reino de Dios:
“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando
el evangelio del reino…” (Mat. 4:23). Jesús es el rey prometido (cf. Luc.
31-33), y su palabra es la carta magna de su reino (cf. Mat. 28:18-20). Cristo
gobierna desde el cielo, desde la diestra de Dios (Hech. 2:33-36) y su pueblo es
la agrupación de gente que se ha sometido voluntariamente a su gobierno (Sal.
110:1-3). Es el evangelio de la paz, por
lo cual, el apóstol Pablo dijo a los efesios: “y calzados los pies con el
apresto del evangelio de la paz” (Ef. 6:15). Pablo también especificó lo siguiente
respecto a la obra de Cristo anunciada en su evangelio: “Y vino y anunció las
buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque
por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre” (Ef. 2:17,18). Es una magnífica noticia el saber que en Jesús tenemos paz
con Dios, paz con nuestro prójimo, e incluso, paz con nosotros mismos (cf. Fil.
4:7). Es un mensaje único. En
otras palabras, no hay otro evangelio: “Estoy maravillado de que tan pronto os
hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un
evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y
quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gal. 1:6,7). Cada cual debe estudiar
seriamente la palabra de Dios y no dejarse engañar por “otro evangelio” (Gal.
1:8), porque no hay otro evangelio para nuestra salvación. Es el mensaje que revela la
justicia de Dios: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder
de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también
al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para
fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Rom. 1:16,17). Esta “justicia
de Dios” es el plan de salvación que contiene el evangelio, plan de salvación
mencionado por Cristo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el
que no creyere, será condenado” (Mar. 16:15,16; cf. Hech. 2:38,41,47). El apóstol Pablo ocasionalmente señalaba
al evangelio como “mi evangelio” (cf. Rom. 2:16; 16:25; 2 Tim. 2:8). Este
mensaje Jesús se lo reveló (Gal. 1:12), y Pablo lo predicó con denuedo y lo
abrazó en su seno viviéndolo de corazón. La pregunta es, ¿podemos nosotros
llamar al precioso evangelio de Cristo “mi evangelio”?