La comunicación

 
Por Josué Hernández

 
Ninguna agrupación, ya sea la familia, la iglesia, o el gobierno, subsistirá sin comunicación. La comunicación es el medio que permite la organización, y la organización la planificación para alcanzar alguna meta u objetivo común. Una agrupación de personas desorganizadas carecerá de objetivo, y, por lo tanto, no tendrá dirección, y sin dirección no habrá cohesión por causa alguna, simplemente será una agrupación confundida (cf. Hech. 19:32).
 
La división en Babel
 
“Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Gen. 11:7,8).
 
La división en Babel vino por la inhabilidad de comunicarse los unos con los otros. Hay una lección poderosa aquí. No sólo aprendemos el origen de los idiomas. Dios nos está enseñando que la comunicación permite la unidad, y la unidad permite la organización. Sin comunicación nada podremos edificar. Para nuestra vergüenza, la falta de comunicación es una de las causas de la mayoría de los problemas que enfrentamos (cf. Sant. 3:7-10).
 
¿Qué es la comunicación?
 
Podemos equivocarnos al llegar a este punto. La comunicación es mucho más que simplemente decir algo a otro. El hecho de que alguno dijo lo que pensaba, y otro le replicó, no significa que ambos se estén comunicando. Comunicar no es lanzar información al prójimo: “¿Hasta cuándo me angustiaréis y me aplastaréis con palabras? Estas diez veces me habéis insultado, ¿no os da vergüenza perjudicarme?” (Job 19:2,3).
 
Si no hay trato común ¿cómo existirá la comunicación, es decir, la correspondencia en la interacción mutua procurando el entendimiento?  La comunicación involucra mucho más que simples palabras. La actitud, los gestos, los ademanes, el tono de la voz, etc., todo ello comunica cierta cosa.
 
El caso de los corintios
 
Los corintios tenían un grave problema de comunicación (1 Cor. 6:5-8; 14:7-11). Sin duda alguna, la dificultad principal fue la falta de amor (cf. 1 Cor. 8:1; 12:28; 13:4-7; 16:14), el egoísmo (1 Cor. 1:11-13; 3:3; 10:31-11:1). No podían expresar el uno al otro sus alegrías y tristezas, preocupaciones y aprehensiones, desacuerdos y razones (1 Cor. 12:25-27). Sencillamente, no lograban organizarse (1 Cor. 14:26,40). Sabían hablar, y de seguro se decían cosas, pero estaban inhabilitados para comunicarse por la falta de amor.
 
El ejemplo de Pablo
 
Dios siempre ha requerido que razonemos los unos con los otros, “razonarás con tu prójimo… amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:17,18).  
 
Al predicar la palabra, el apóstol Pablo hacía razonar a su audiencia: “Y arribaron a Efeso, donde los dejó: mas antes de esto, entrando él en la sinagoga, razonó con los judíos” (Hech. 18:19, VM). Cuando regresó a Éfeso, después de haber sido obligados a abandonar la sinagoga “separó a los discípulos, razonando diariamente en la escuela de Tirano” (Hech. 19:9, VM). Este método del apóstol no fue un “estilo” reservado sólo para el pueblo de Éfeso, “en todas partes y en todas las iglesias” (1 Cor. 4:17) el apóstol Pablo predicaba así, ya sea en Tesalónica (Hech. 17:2), Atenas (Hech, 17:16), o Corinto (Hech. 18:4).
 
Indicando el método de predicación de Pablo, Lucas usó por el Espíritu el verbo griego “dialégomai” (del cual, por transliteración, tenemos la el verbo “dialogar”), el cual es traducido por Reina-Valera 1960 como “discutir”. Sin embargo, el verbo griego no lleva en sí la carga negativa que se le ha impuesto en nuestra sociedad al verbo “discutir”. Bien se entiende que Pablo discutía, razonando, y exponiendo los argumentos que sustentaban su tesis.
 
En su epístola a los romanos, Pablo dijo: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley… El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor… vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Rom. 13:8,10,14).
 
El ejemplo de Dios
 
Dios es el perfecto ejemplo de comunicación persistente. La Biblia comienza, y concluye, revelándonos el esfuerzo de amor de Dios por comunicarse con nosotros. La comunicación es un asunto de amor (1 Jn. 4:8). Por medio de Isaías Jehová Dios decía al pueblo: “Venid y entendámonos” (Is. 1:18, NC). El autor a los hebreos escribió: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Heb. 1:1,2).  
 
Jesús de Nazaret, siendo Dios, nos revela al Padre (cf. Jn. 1:18; 14:9). Durante su ministerio, cada una de sus palabras hacía razonar, ya sea a los grandes y pequeños, ya sea a los discípulos y a los enemigos. Jesús no sólo se expuso a sí mismo, revelando su corazón, sino que procuraba que cada cual abriera su corazón a él para razonar juntos. Tal vez, necesitamos estudiar más el ejemplo de Cristo en los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento.
 
En Jesús encontramos la norma de comunicación que ha de regir nuestras vidas. El apóstol Pablo dijo que debemos vivir según hemos aprendido de Jesús (Ef. 4:20,21). Luego, en consideración de la enseñanza de Cristo, Pablo escribió: “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros… Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef. 4:25, 29).
 
Conclusión
 
Cuando el corazón está lleno de la palabra de Cristo (cf. Col. 3:16), es decir, cuando la palabra de Cristo dirige la mentalidad, la consecuencia será el esfuerzo de comunicación persistente. Debemos recordar que Jesús dijo: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mat. 7:12).
 
Sin duda alguna, la “regla de oro” expresa claramente la voluntad de Dios en el trato con nuestro prójimo. Cada cual debe mostrar la mejor disposición para el entendimiento común.
 
Es fácil estudiar sobre la comunicación. Otra cosa será el esforzarnos cada día para comunicarnos eficientemente. Solo la buena voluntad activa, es decir, el amor, entre las partes involucradas, hará la diferencia. En otras palabras, donde hay amor hay comunicación. La pregunta es, ¿mora el amor de Cristo en nuestro corazón?
 
 
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).

Entradas que pueden interesarte