Por Josué Hernández
Cuando la
familiaridad engendra desprecio:
El mensaje de Dios
no se recibe
Cuando la
familiaridad engendra desprecio:
Las bendiciones de
Dios no se reciben.
- Indignidad. Esta ciudad se había ganado justamente una reputación desagradable. Como dijo Cristo, “Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas” (Jn. 3:19, LBLA).
- Egoísmo. Mire la arrogancia en las palabras: “¿No es éste el hijo del carpintero?” ¡Qué ridículo esnobismo de un ego inflado está implícito en palabras como esas! Ah, sí; quien estaba hablando ¡La hija del burgomaestre, nada menos, o el comerciante de sal del lugar, o algún dueño de una tienda de vinos, o de un burdel! ¡En verdad ciudadanos aptos para despreciar al hijo del carpintero!
- Pereza mental. Fácilmente podrían haber averiguado la verdad mediante una pequeña investigación; pero no, era mucho más fácil negar las noticias que se filtraban hasta ese pequeño pueblo miserable que sujetar a juicio, y comprobar y encontrar que la información era cierta. Haber hecho eso realmente habría creado un problema. La mente perezosa toma el camino perezoso.
- Ilógica. Es extraño que Nazaret haya rechazado al Santo que fue recibido con “Hosannas” en Jerusalén; pero el mismo fenómeno ilógico se observa todavía en hombres que rechazan ciegamente aquella fe que sostuvieron hombres como Pablo, Washington, Newton y otros innumerables de las mentes más grandes jamás conocidas en la tierra.
- Cobardía moral. Los chismosos de Nazaret no tuvieron el valor moral de arrodillarse a los pies de Jesús. El joven rico sí lo hizo, pero los ciudadanos de Nazaret no tuvieron tal gracia.
- El opio del pueblo. ¿Dónde hemos escuchado eso antes? La incredulidad aisló a Nazaret de lo que estaba sucediendo en el mundo. Era un mecanismo de escape mediante el cual evitaban hacer algo. Si hubieran creído se hubiesen visto involucrados en todo tipo de actividad; pero, con una buena calada de la pipa de opio de la infidelidad, ¡todo quedó en silencio en Nazaret! Satanás, por medio de sus emisarios, ha tratado de revertir esta verdad, pero no funciona. La infidelidad o el ateísmo es el opio del pueblo.
- Autocompasión. Ellos se sintieron ofendidos por él. Cristo no los había consultado; su éxito había herido su orgullo local. Este característico gemido de incredulidad se nota en todas partes, incluso en infieles famosos como H. G. Wells, quien dijo: “El universo se está aburriendo del hombre”. En vista de hechos tan claros e indiscutibles como estos, ¿Qué ceguera es la que permite a Satanás embellecer el ateísmo con un aura de respetabilidad intelectual? ¡La épica falsedad del diablo de que la incredulidad es cualquier forma de actividad intelectual es seguramente destruida por un análisis cuidadoso de este ejemplo clásico en Nazaret!” (Ibid.).
Conclusión