La familiaridad engendra desprecio


 
Por Josué Hernández

 
El adagio “La familiaridad engendra desprecio” expone la tendencia general, no correcta, sino popular. Porque, cuanto mejor conocemos a las personas, más probabilidades hay de menospreciarlas. En otras palabras, cuando más familiarizados estamos con alguien o algo, es decir, una persona, un área de conocimiento, o incluso, un oficio, el desprecio es más probable. Encontramos un ejemplo de esto cuando Jesús fue menospreciado en su ciudad natal. La ciudad de Nazaret, donde había crecido (cf. Luc. 4:16-24). A unas 15 millas de Capernaum (consulte mapa bíblico).
 
“El se marchó de allí y llegó a su pueblo; y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos que le escuchaban se asombraban, diciendo: ¿Dónde obtuvo éste tales cosas, y cuál es esta sabiduría que le ha sido dada, y estos milagros que hace con sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de El. Y Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro; sólo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos. Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor enseñando” (Mar. 6:1-6, LBLA).
 
“Los ciudadanos de la ciudad natal del Señor lo despreciaron porque era uno de ellos. Al no tener concepción de su propio valor como seres humanos, hicieron de su propia indignidad culpable la base para rechazar al Señor. La luz de todas las edades brillaba en sus calles oscuras, pero estaban ciegos a ella” (J. B. Coffman).
 
Cuando la familiaridad engendra desprecio:
El mensaje de Dios no se recibe
 
Los nazarenos se escandalizaron de Jesús, aunque por un momento quedaron impresionados por su enseñanza (cf. Mar. 6:2; Luc. 4:22). Ellos le conocían como “el carpintero” (gr. “tekton”) hijo de un carpintero (Mar. 6:3; Mat. 13:55). Como indica Coffman, la palabra “técnico” proviene de la misma raíz; así, pues, el insulto de los aldeanos glorificó sin querer a Jesús como el Maestro técnico. Crisóstomo dijo que nuestro Señor hizo arados y yugos, y ciertamente Jesús se refirió a ambos en sus enseñanzas (cf. Luc. 9:62; Mat. 11:29). Como dijo Barclay, “ellos despreciaron a Jesús porque era un trabajador”, el hijo de María con hermanos y hermanas (Mar. 6:3).
 
Sin embargo, en el momento en que Jesús expuso su enseñanza, ellos se ofendieron grandemente (Mar. 6:3), llenándose de ira (Luc. 4:28), y llegando a intentar matarlo (Luc. 4:29,30). Fue en tales circunstancias que Jesús dijo: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (Mar. 6:4, LBLA). Es decir, la familiaridad impedía que le respetaran como profeta de Dios.
 
“Fue entonces que Jesús observó que un profeta recibe por lo general una mejor recepción fuera de su casa. Sus parientes y amigos le son demasiado próximos para apreciar su persona o ministerio. No hay lugar más difícil para servir al Señor que en casa. Los nazarenos mismos eran gente menospreciada. Una actitud popular se expresaba así: “¿Puede algo bueno venir de Nazaret?”. Y, sin embargo, estos proscritos sociales tenían en menos al Señor Jesús. ¡Qué comentario es éste acerca de la soberbia e incredulidad del corazón humano! La incredulidad fue el principal estorbo para la obra del Salvador en Nazaret” (William MacDonald).
 
“La popularidad de Jesús se aumentaba en otras partes (véase Jn. 4:43-45), pero no en su propia tierra (Nazaret), ni entre sus parientes y familiares cercanos en particular. El prejuicio de ellos, de que uno de ellos les pudiera superar, y su concepto mundano acerca del Mesías y del reino de Dios, les llevó a rechazar al verdadero Mesías de Dios” (Bill H. Reeves).
 
Debido al rechazo, Jesús limitó su enseñanza y partió a Capernaum (cf. Luc. 4:31). El Señor no obligaba, ni obliga, que se oiga su palabra (cf. Mar. 4:23-25; 5:17,21).
 
¿Somos culpables de lo mismo? Hoy podemos familiarizarnos fácilmente con los que enseñan la palabra y con el mensaje que predican. Entonces, ¿permitimos que nuestra familiaridad engendre desprecio? ¿Ya no respetamos a los que conocemos bien? ¿Ya no apreciamos el mensaje de la palabra de Dios porque lo conocemos bien?
 
Cuando la familiaridad engendra desprecio:
Las bendiciones de Dios no se reciben.
 
Los nazarenos no creyeron la palabra, y Jesús estaba asombrado de la incredulidad de ellos (Mar. 6:6).
 
“Dos veces en las Escrituras se nos dice que Jesús se asombró, o se maravilló (griego, “thaumazo”); aquí y en Mat. 8:10. Una vez se maravilló de la incredulidad de la gente, y una vez de la grandeza de fe de una persona” (Bill H. Reeves).
 
“La palabra "asombrado" quiere decir que Jesús estaba completamente pasmado y estupefacto por la reacción de las personas de Nazaret hacia Él, su enseñanza y sus milagros. No estaba sorprendido por el hecho de que existieran personas incrédulas, sino de que lo rechazaran cuando se atrevían a afirmar que conocían todo de Él. La fe era la respuesta que debía esperar de aquel pueblo de Galilea, la región en la cual había hecho tantos milagros y había enseñado tanto” (J. MacArthur).
 
Debido a la familiaridad, trataron de matarlo, pues no estaban dispuestos a creer en él (Luc. 4:28-30). Por lo tanto, Jesús limitó sus milagros: “Y no pudo hacer allí ningún milagro; sólo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso sus manos” (Mar. 6:5, LBLA; cf. Mat. 13:58).
 
La incredulidad engendra terribles consecuencias. Cierra los canales de gracia y misericordia, de modo que solo un goteo llega a las vidas humanas necesitadas.
 
“¡Satanás ha patrocinado durante mucho tiempo la mentira de que la incredulidad es sofisticación, intelectualidad, erudición e “inteligencia”! Pero en este proyecto piloto original para el rechazo de Cristo, la verdad es evidente. La incredulidad no es un rechazo valiente del antiguo dogma; no es una conclusión brillante de la inteligencia filosófica. Nazaret no rechazó ninguna doctrina, no manifestó inteligencia y no pudo reclamar ningún poder, cultura o valor en particular de algún tipo que pudiera haber dotado a su rechazo de alguna apariencia de justificación u honestidad. Aquellos que imaginan que el rechazo de Cristo es el resultado de comparar todas las religiones, que noten que en Nazaret no hubo estudio, comparación, investigación, o alguna información preciosa y sospecha terrible de mediocridad intelectual, si no de una estupidez absoluta” (J. B. Coffman).
 
Es tan claro como el sol en el perihelio que la desoladora incredulidad de Nazaret fue la que cegó sus ojos contra la única Persona que salvó a esa ciudad del olvido: su incredulidad no fue por la superioridad intelectual, coraje moral, razonamiento lógico, sofisticada filosofía, ni duda honesta. ¿Qué era entonces?
  • Indignidad. Esta ciudad se había ganado justamente una reputación desagradable. Como dijo Cristo, “Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas” (Jn. 3:19, LBLA).
  • Egoísmo. Mire la arrogancia en las palabras: “¿No es éste el hijo del carpintero?” ¡Qué ridículo esnobismo de un ego inflado está implícito en palabras como esas! Ah, sí; quien estaba hablando ¡La hija del burgomaestre, nada menos, o el comerciante de sal del lugar, o algún dueño de una tienda de vinos, o de un burdel! ¡En verdad ciudadanos aptos para despreciar al hijo del carpintero!
  • Pereza mental. Fácilmente podrían haber averiguado la verdad mediante una pequeña investigación; pero no, era mucho más fácil negar las noticias que se filtraban hasta ese pequeño pueblo miserable que sujetar a juicio, y comprobar y encontrar que la información era cierta. Haber hecho eso realmente habría creado un problema. La mente perezosa toma el camino perezoso.
  • Ilógica. Es extraño que Nazaret haya rechazado al Santo que fue recibido con “Hosannas” en Jerusalén; pero el mismo fenómeno ilógico se observa todavía en hombres que rechazan ciegamente aquella fe que sostuvieron hombres como Pablo, Washington, Newton y otros innumerables de las mentes más grandes jamás conocidas en la tierra.
  • Cobardía moral. Los chismosos de Nazaret no tuvieron el valor moral de arrodillarse a los pies de Jesús. El joven rico sí lo hizo, pero los ciudadanos de Nazaret no tuvieron tal gracia.
  • El opio del pueblo. ¿Dónde hemos escuchado eso antes? La incredulidad aisló a Nazaret de lo que estaba sucediendo en el mundo. Era un mecanismo de escape mediante el cual evitaban hacer algo. Si hubieran creído se hubiesen visto involucrados en todo tipo de actividad; pero, con una buena calada de la pipa de opio de la infidelidad, ¡todo quedó en silencio en Nazaret! Satanás, por medio de sus emisarios, ha tratado de revertir esta verdad, pero no funciona. La infidelidad o el ateísmo es el opio del pueblo.
  • Autocompasión. Ellos se sintieron ofendidos por él. Cristo no los había consultado; su éxito había herido su orgullo local. Este característico gemido de incredulidad se nota en todas partes, incluso en infieles famosos como H. G. Wells, quien dijo: “El universo se está aburriendo del hombre”. En vista de hechos tan claros e indiscutibles como estos, ¿Qué ceguera es la que permite a Satanás embellecer el ateísmo con un aura de respetabilidad intelectual? ¡La épica falsedad del diablo de que la incredulidad es cualquier forma de actividad intelectual es seguramente destruida por un análisis cuidadoso de este ejemplo clásico en Nazaret!” (Ibid.).
¿Podemos ser culpables de lo mismo? Fácilmente podemos familiarizarnos con algunos temas que lleguemos a despreciar o devaluar, por ejemplo, el arrepentimiento, el bautismo, la cena del Señor, la oración, el congregarnos fielmente, la obra de la iglesia local, etc. Es más, alguno podría llegar a considerar la sangre de Cristo como una “cosa común” (cf. Heb. 10:29).
 
¿Permitimos que nuestra familiaridad engendre desprecio? ¿Somos de aquellos que dudan de todo y no creen en nada? ¿Ya no apreciamos el mensaje de la palabra de Dios porque nos resulta demasiado familiar? ¿Despreciamos la repetición de las grandes verdades de la fe?
 
Conclusión
 
Cuando la gente de Nazaret permitió que su familiaridad con Jesús engendrara desprecio se privaron de una gran oportunidad. Jesús, entonces, llevó su mensaje y bendiciones a otra parte (Mar. 6:6).
 
Una tragedia similar puede sobrevenirnos si nos juzgamos indignos de la vida eterna, y así, nos privamos de las bendiciones que de otro modo recibiríamos (Hech. 13:46).
 
Mientras la familiaridad engendra desprecio en los corazones de la mayoría, nosotros ¿qué podemos hacer? La clave es prestar mucha atención a las palabras de Jesús y sus apóstoles, y aprovechar la familiaridad doctrinal para acercarnos a mayores bendiciones. En esto estaremos bien acompañados, pero contra la corriente de la mayoría.