¿Estamos descuidando la casa del Señor?



Por Josué Hernández

 
Unos 600 años antes de Cristo, Judá fue llevada cautiva a Babilonia, Jerusalén y su templo fueron destruidos y saqueados, luego de setenta años ocurrió el retorno.
 
La intención del Señor era que los judíos reconstruyeran el templo, y para ello despertó el espíritu de Ciro rey de Persia para que les permitiera hacer esto (Esd. 1:1-5). Sin embargo, “Desalentado por la oposición de sus vecinos (Esd. 4:1-5,24), el pueblo había llegado a la conclusión errónea de que todavía no era tiempo para que reconstruyeran el templo (Hag. 1:2). Con una pregunta incisiva, el Señor les recordó que no era correcto que vivieran en casas adornadas mientras el templo permanecía en ruinas (Hag. 1:4), y los urgió a considerar con cuidado las consecuencias de su indiferencia (Hag. 1:5-11)” (J. F. MacArthur).

Entonces, Jehová Dios les habló mediante Hageo con un mensaje directo y sencillo: “¡Reconstruyan el templo!”.
 
El mensaje de Hageo
 
El problema básico fue la actitud de los judíos. Hageo les profetizó: “Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada” (Hag. 1:2). Ciertamente, habían estado muy ocupados construyendo y disfrutando sus propias casas (Hag. 1:3,4,9).
 
Entonces, la solución vino mediante la palabra de Dios: “¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová” (Hag. 1:4-8).
 
Dios les hizo ver la disciplina que habían estado sufriendo: “Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa. Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos. Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de manos” (Hag. 1:9-11).
 
Para nuestro gozo, la reacción del pueblo fue una de temor y acción diligente: “Y oyó… todo el resto del pueblo, la voz de Jehová su Dios… y temió el pueblo delante de Jehová” (Hag. 1:12). “y vinieron y trabajaron en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios” (Hag. 1:14).
 
La bendición de Dios fue una de aliento y vivificación: “Yo estoy con vosotros, dice Jehová” (Hag. 1:13). “Y despertó Jehová… el espíritu de todo el resto del pueblo” (Hag. 1:14).
 
La aplicación del mensaje de Hageo
 
En la actualidad, enfrentamos una tarea similar que no es la construcción de un edificio físico, porque Dios no habita en templos hechos por manos humanas (Hech. 17:24), y el templo de Dios es su iglesia (1 Cor. 1:2; 3:16,17).
 
Todavía, el templo de Dios está en proceso de construcción. Por supuesto, el fundamento está puesto (cf. 1 Cor. 3:10,11; cf. Ef. 2:19-22). Sin embargo, el edificio continúa creciendo a medida que almas se someten a Cristo (1 Cor. 3:5-9), y crece internamente a medida que los santos hacen su parte (Ef. 4:15,16; 1 Ped. 2:5).
 
El mensaje de Hageo sigue pertinente: ¿Está la casa del Señor a medio terminar mientras nosotros corremos a nuestra casa?
La iglesia del Señor estará a medio terminar si permitimos que otras cosas nos quiten de nuestra responsabilidad evangelística, si es que descuidamos nuestra responsabilidad en edificar a nuestros hermanos (Heb. 10:24,25), o descuidamos la obra del ministerio (cf. Ef. 4:12; Gal. 6:9,10; Tito 2:14; 3:14; Sant. 1:27).
 
Simplemente, todos los miembros deben hacer su parte (cf. 1 Cor. 12:14-27), enseñar o servir (Rom. 12:3-8; 1 Ped. 4:10,11), enviar o ir (Rom. 10:14,15).
 
Conclusión
 
¿Estamos descuidando la casa del Señor? Tal vez, alguno dirá: “Yo serviré al Señor tan pronto que… termine mis estudios… me cambie de trabajo… termine de criar a mis hijos… mi esposo me deje congregarme… me sienta mejor… me jubile”.
 
Postergar el trabajo en la casa del Señor produce el mismo resultado: La casa del Señor estará a medio terminar, y la obra del Señor estará debilitada, y tal vez, paralizada.
 
“Meditad bien sobre vuestros caminos” (Hag. 1:5,7). ¿No van las cosas como deberían? ¿Querrá el Señor que despertemos del sueño de la indiferencia?
 
“Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Cor. 11:31,32; cf. 2 Cor. 13:5).
 
“Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Heb. 12:4-6).
 
Así como en el tiempo de Hageo, Dios y las cosas de Dios son primero: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:33).