Por Josué Hernández
Desde siempre la Biblia ha sido
fuente de esperanza, y con razón, ella es la palabra de Dios (2 Tim. 3:16,17).
No obstante, el ateísmo afirma que la Biblia es dañina, y la rechazan con
vehemencia, y se esfuerzan para que todos la rechacen también.
El ateísmo provee una cosmovisión
sin Creador, un mundo en el cual los hombres rinden culto al hombre, a la bestia
y a la naturaleza (Rom. 1:18-32). Un mundo en el cual la vida humana es
desechable, descartable. Después de todo, el hombre es un animal más. Por lo
tanto, el aborto y la eutanasia general son formas aceptadas de control de la
población, así como una forma de deshacerse de una “molestia”. Sin embargo, la
Biblia nos dice que fuimos creados a la imagen de Dios (Gen. 1:26.27),
proporcionándonos el más alto respeto por la vida humana general.
El ateísmo promueve un mundo sin
estándares definidos del bien y del mal. Todo el mundo puede hacer lo que le
parezca bien (cf. Jue. 21:25), siendo el hombre mismo el ser más elevado, el
cual responde a sí mismo. A consecuencia de aquello, si un hombre quiere violar
a una mujer, ¿quién puede decirle que está equivocado? Si un hombre quiere
matar a su vecino y tomar sus posesiones, ¿quién puede amonestarle siquiera? En
fin, ya que la opinión de un hombre es tan buena como la de otro, y debido a
que no hay Dios que establezca una norma de conducta definida y vinculante,
cada cual queda a su suerte. No obstante, Dios nos ha dado su palabra, la
Biblia, por la cual podemos ser guiados (Jn. 17:17; Sal. 119:105).
El ateísmo nos lleva a un mundo
sin esperanza, donde la vida no tiene significado, ni valor, ni propósito
último. Cuando morimos, eso ha sido todo. No hay cielo, no hay juicio final, no
hay infierno. Por lo tanto, ¿de qué sirve hacer el bien? ¿Por qué no perseguir
los deseos egoístas y pasiones más bajas? Después de todo, la vida presente es
todo, nada habrá un después. Sin embargo, la palabra de Dios enseña que existe
esperanza de una vida mejor ahora, y de gloria, honra e inmortalidad con Dios
en los cielos (Rom. 2:10).
El ateísmo nos regala corrupción
y destrucción. Sus promesas son vacías. Prometen libertad y son ellos mismos
esclavos de corrupción y perdición. Por lo tanto, rechacemos el ateísmo y
aceptemos las generosas promesas de Dios.
“Dice el necio en
su corazón: No hay Dios” (Sal. 14:1)