La obsesión, es decir, la idea
fija que cautivaba la mente del apóstol Pablo era que todos sean salvos. Debido
a ello, Pablo decía: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la
iglesia de Dios; como también yo en todas las cosas agrado a todos, no
procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1
Cor. 10:32,33). Algo que también indicó a los hermanos en Colosas (Col.
1:28,29; cf. 2:1-7). Ciertamente, este intenso anhelo
lo aprendió de su Salvador: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la
fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal.
2:20).
El principio de
Pablo
El principio de vida de Pablo, y
antes de él, de Cristo, es la renuncia a sus derechos y libertades: “como
también yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio
beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Cor. 10:33). Este
principio lo vemos en la enseñanza respecto a lo sacrificado a los ídolos (1
Cor. 8:7-13; cf. Rom. 14:13-23), y en la manera de alcanzar a los perdidos (1
Cor. 9:19-22). Lo anterior no quiere decir que
Pablo no se comprometiera con la verdad. Sabemos que él fue intransigente
respecto a la división (1 Cor. 1:10-13), la carnalidad (1 Cor. 3:1-4), la
fornicación (1 Cor. 5:1:13; 6:15-20), la cena del Señor (1 Cor. 11:17-34), y la
resurrección (1 Cor. 15:1-58), entre otras cosas. Volviendo al “principio de
renuncia”. Pablo decía a los corintios: “Todo me es lícito, pero no todo
conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica. Ninguno busque su propio
bien, sino el del otro” (1 Cor. 10:23,24) A los romanos escribió: “Así que,
los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no
agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo
que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo;
antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban,
cayeron sobre mí” (Rom. 15:1-3) La enseñanza es sencilla. El
fuerte debe soportar los escrúpulos del débil. Cada cual debe agradar a su
prójimo para su bien. Cada cual debe seguir el ejemplo de Cristo. A los gálatas Pablo escribió: “Estad,
pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra
vez sujetos al yugo de esclavitud… Porque vosotros, hermanos, a libertad
fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la
carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gal. 5:1,13). Y, a los filipenses dijo: “Nada
hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada
uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo
propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros
este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:3-5).
Conclusión
“Si, pues, coméis o bebéis, o
hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. No seáis tropiezo ni a
judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios; como también yo en todas las
cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos,
para que sean salvos. Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Cor.
10:31-11:1). Preguntas podemos hacer llegando
a este punto: ¿Manifestamos la misma obsesión de Cristo y su apóstol? ¿Hacemos
todas las cosas para la gloria de Dios? ¿Procuramos no ocasionar tropiezo a
ninguno? ¿Renunciamos al beneficio propio para la salvación de los demás? Cristo Jesús, procurando la
gloria del Padre, se dio a sí mismo para nuestra salvación, ¿cómo responderá
usted a su gran amor?