A veces se discute si alguno es
“un cristiano nacido de nuevo” o uno que “no ha nacido de nuevo”, lo cual es
una distinción incorrecta porque todos los cristianos han “nacido de nuevo”.
Sin embargo, ¿qué significa “nacer de nuevo”? La expresión “nacer de nuevo” es
usada en las sagradas Escrituras solo unas pocas veces. Primeramente, Jesús la
usa en su conversación con Nicodemo (Jn. 3:3,5,7), y luego, Pedro habla de
nacer de nuevo en su primera epístola (1 Ped. 1:3,23). La idea de “nacer” de
Dios muchas veces (ej. Jn. 1:13; Sant. 1:18; 1 Jn. 5:1). En la presente lección
estudiaremos la enseñanza de Cristo a Nicodemo para aprender qué es el nuevo
nacimiento, enfocándonos en la necesidad del nuevo nacimiento, la naturaleza
del nuevo nacimiento, la evidencia del nuevo nacimiento, la base del nuevo
nacimiento, y el rechazo del nuevo nacimiento.
La necesidad del
nuevo nacimiento
“Había un hombre de los fariseos
que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de
noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque
nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió
Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:1-3). El nuevo nacimiento es necesario
para ser un ciudadano del reino de Dios. Es decir, sin nacer de nuevo no hay
entrada en el reino de Dios (cf. Jn. 3:3,5,7). Pero, ¿qué es el reino de Dios?
El “reino de Dios” o “reino de los cielos” es el gobierno y soberanía de Dios
en la persona de Cristo (Mat. 28:18; Hech. 2:36; Ef. 1:21-23; Apoc. 1:4). Un
reino espiritual que no es de este mundo (Jn. 18:36; Luc. 17:20,21). Un reino
formado por los súbditos fieles, es decir, la iglesia (Col. 1:13; Apoc. 1:6,9).
Un reino tanto presente como futuro (Mat. 13:41-43; 1 Cor. 15:24-26). Volviendo a nuestro punto,
aprendemos también que el nuevo nacimiento es necesario para ser salvo, porque
estar en el reino es ser salvo del poder de las tinieblas (Col. 1:13; Hech.
26:18). En otras palabras, la salvación requiere un renacimiento, es decir, una
regeneración (Tito 3:5). Por lo tanto, si alguno quiere ser salvo de sus pecados
debe nacer de nuevo.
La naturaleza del
nuevo nacimiento
“Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un
hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de
su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:4,5). El nuevo nacimiento requiere un
elemento, “agua”, y además requiere un agente, el “Espíritu Santo”. Lo cual nos
hace pensar en lo que dijo Pablo a Tito, “nos salvó, no por obras de justicia
que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de
la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Nacer “de agua y del Espíritu” es
una referencia obvia al bautismo de la gran comisión (Mat. 28:19,20; Mar.
16:16; Hech. 2:38,41,47; 22:16). El nuevo nacimiento ocurre cuando
el creyente en Cristo es bautizado, porque en ese acto de fe no sólo se nace
del agua, de la cual surge, sino también del Espíritu quien obra la
regeneración: “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también
resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los
muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de
vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados”
(Col. 2:12,13). La vida nueva es otorgada por
Dios a los que emergen de las aguas bautismales resucitando con Cristo (Rom.
6:2-6; Ef. 2:5,6). El nuevo nacimiento involucra la
palabra de Dios, la cual es la espada del Espíritu (Ef. 6:17), por la cual
nacemos de nuevo, “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1
Ped. 1:23). La espada del Espíritu es el
instrumento por el cual el Espíritu Santo convence al pecador, “Pero yo os digo
la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no
vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga,
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:7,8). Pablo engendró a los corintios
por medio del evangelio que les predicó (1 Cor. 4:15). Jesús santificó y limpió
a su pueblo por el lavamiento del agua por la palabra (Ef. 5:26). Todos los casos bíblicos de
conversión indican cómo ocurre el nuevo nacimiento, proceso en el cual el
Espíritu Santo usa el evangelio para convencer al pecador, y éste último, convencido
y arrepentido, es bautizado para el perdón de sus pecados.
La evidencia del
nuevo nacimiento
“Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que
te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y
oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel
que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:6-8). La evidencia del nuevo nacimiento
es el efecto del Espíritu en una vida renacida y transformada. El espíritu
humano llega a ser regenerado, hecho nuevo, “Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Así como no vemos el viento sino
el efecto que produce, también vemos el efecto que el Espíritu produce en la
vida transformada, “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni
sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del
Espíritu” (cf. 1 Jn. 3:14). La evidencia del nuevo nacimiento
será notoria en el fruto del Espíritu. Pablo describe este fruto del Espíritu
de la siguiente forma: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas
no hay ley” (Gal. 5:22,23). Este fruto se produce al nacer
del Espíritu y caminar en el Espíritu, “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne… Si vivimos por el Espíritu, andemos también
por el Espíritu” (Gal. 5:16,25). Si nunca se produjo fruto tampoco
hubo un nuevo nacimiento (Gal. 5:17). Pero, si hubo nuevo nacimiento Dios
demanda crecimiento (cf. 1 Cor. 3:1,2; Heb. 5:11-14; 1 Ped. 2:2).
La base del nuevo
nacimiento
“Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el
que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del
unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:14-18). Así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto Jesús debía morir de una forma predeterminada por Dios
(cf. Jn. 3:14; Hech. 2:23; 4:28). Para que la gente sea salva en lugar de
perecer (Jn. 3:15; cf. Rom. 3:23-25). He aquí la base de la regeneración (cf.
Mat. 26:28; Hech. 22:16; Apoc. 1:5). El amor de Dios por nosotros es
lo que hace posible el nuevo nacimiento: “Ciertamente, apenas morirá alguno por
un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros” (Rom. 5:7,8). “En esto se mostró el amor de Dios para con
nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por
él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros
pecados” (1 Jn. 4:9,10). La fe del hombre es la condición
para recibir la gracia de Dios. Por esto, los que “creen” en Jesús tendrán vida
eterna (Jn. 3:15,16,18). El nuevo nacimiento requiere fe en Jesús. Ninguno será
renacido incondicionalmente. Sin fe, el nuevo nacimiento es imposible (cf. Mar.
16:16; Hech. 8:36,37). Esta fe es una obra (Jn. 6:28,29) y se perfecciona en la
obediencia (Sant. 2:24-26; cf. Hech. 16:31-34).
El rechazo del
nuevo nacimiento
“Y esta es la condenación: que la
luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no
viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la
verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en
Dios” (Jn. 3:19-21). Muchos aman más “las tinieblas”,
es decir, las malas obras bajo la potestad de las tinieblas, en lugar de “la
luz”, es decir, a Jesús, quien ha venido al mundo (Jn. 1:5,9; 3:19; 8:12). Las
malas obras motivan el rechazo de Cristo (cf. Luc. 16:14). Cada cual hace lo
que ama (cf. Apoc. 22:15). Muchos no quieren ser iluminados
por Jesús porque saben que venir a Jesús expondrá sus malas acciones de las cuales
deben arrepentirse (cf. Jn. 3:20; Ef. 5:13). Sin embargo, los que están
dispuestos a obedecer (“practica la verdad”, Jn. 3:21) abandonan el pecado,
acuden a Dios y aceptan las consecuencias, es decir, obedecen al evangelio (cf.
Hech. 2:36-42).
Conclusión
Estimado lector, ¿ha nacido usted
de nuevo? Recuerde las palabras de Jesús: “El que creyere y fuere bautizado,
será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mar. 16:16). “No te
maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:7).