Por Josué I. Hernández
No pocos en la presente
generación han llegado a la conclusión de que la iglesia es “aburrida”,
entonces han propuesto “cambios”. Y la mayoría se ha ocupado de “cambiar a la
iglesia”, para que sea más divertida, inclusiva, menos tradicional, en fin, más
entretenida y aceptable. Las diversas iglesias del denominacionalismo han
dejado el ambiente “tradicional” para reunirse en gimnasios, e incluso, en
estadios, observar algún evento deportivo, oír algún concierto emocionante, y a
un predicador dinámico. Todo con la idea de mantener divertidos a los miembros y
captar nuevos integrantes.
Fácilmente podemos criticar el ambiente
de espectáculo general en el denominacionalismo. Pero, ¿qué de nosotros? De
seguro, diremos que nunca llegaríamos tan lejos. Sin embargo, tal vez unos
cuantos cambios no nos vendrían mal, y hay quienes los proponen. Por ejemplo, aumentar
el tiempo para los cantos espirituales, disminuyendo el tiempo para los
sermones y lecciones bíblicas. Si es posible predicar sermones que se ajusten
al calendario y no a la necesidad inmediata de la congregación, enfatizando los
mensajes positivos y devocionales. No dejamos de mencionar que no son pocos los
que se manifiestan a favor de leer menos pasajes bíblicos para no tener que
trabajar hojeando sus Biblias.
¿Cuál es el problema para que se
propongan estas y otras varias ideas semejantes? La respuesta en sencilla, el
aburrimiento de no pocos miembros insatisfechos con el servicio a Dios.
Malaquías vivió en una época
cuando el pueblo encontraba aburrido el servicio a Dios. Jehová Dios dijo por
el profeta: “Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis,
dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y
presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová” (Mal.
1:13).
Entonces, Dios dispuso dos
opciones para aquellos que se mostraban fastidiados de servirle. La primera
opción, era que se queden en sus casas: “¡Oh, si hubiera entre vosotros quien
cerrara las puertas para que no encendierais mi altar en vano! No me complazco
en vosotros--dice el SEÑOR de los ejércitos-- ni de vuestra mano aceptaré
ofrenda” (Mal. 1:10, LBLA).
La segunda opción, el camino
correcto, era el arrepentimiento: “Si no oyereis, y si no decidís de corazón
dar gloria a mi nombre, ha dicho Jehová de los ejércitos, enviaré maldición
sobre vosotros, y maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido,
porque no os habéis decidido de corazón” (Mal. 2:2).
Evidentemente, Dios no propuso un
cambio en la adoración para entretener al aburrido pueblo. Nunca el servicio a
Dios ha sido divertido. La adoración a Dios no tiene el propósito de entretener:
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al
Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca
que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad
es necesario que adoren” (cf. Jn. 4:23,24).
Nos esforzaremos para que
nuestros sermones sean más instructivos, y, por lo tanto, edificantes;
seleccionaremos los cánticos más adecuados y significativos, y los entonaremos
con entusiasmo; dirigiremos oraciones públicas pertinentes. Pero, no cambiaremos
la adoración a Dios para satisfacer al aburrido. Es el aburrido el que debe
cambiar su corazón para con Dios.