La salvación por gracia

 


Por Josué Hernández

 
La gracia de Dios es sublime, tal como lo indica el himno “Sublime gracia”, escrito por John Newton, y es sublime porque es la solución de Dios a nuestra más grande necesidad (Ef. 2:1-10). Frente a la gracia de Dios está el hombre pecador, muerto en delitos y pecados, ajeno de la vida de Dios. Sin duda alguna, Dios es santo, y justo, pero también es misericordioso.
 
Necesitamos urgentemente informarnos de nuestro desesperado estado de perdición y de las condiciones para recibir la sublime gracia de Dios.
 
La desesperada condición del hombre
 
Comenzamos nuestro estudio enfatizando que Dios es la fuente de toda gracia, y que esta gracia es la buena voluntad de Dios para con nosotros, es decir, la bondad amorosa, y el favor, expresado por Dios a quienes no lo merecemos.
 
La Biblia nos informa, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen. 1:1), “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (1:27), “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto” (1:31).
 
El jardín del Edén proporcionó la satisfacción a todas las necesidades. Muchos y diversos árboles, y con ellos, frutos de todo tipo. Entre ellos, el árbol de la vida, que perpetuaba la vida física, y el árbol del bien y del mal, que simbolizaba el convenio entre Dios y el hombre para la vida espiritual, el cual era en sí, una prueba de fe (Gen. 2:9).
 
El hombre desobedeciendo la voz de Dios, pecó, y murió. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gen. 2:16,17).
 
Las tres maldiciones
 
La Biblia nos informa que tres maldiciones fueron pronunciadas. En primer lugar, una tierra maldita: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen. 3:17-19).
 
En segundo lugar, un cuerpo maldito: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Gen. 3:22-24).
 
Y, la tercera maldición, un alma maldita, es decir, la muerte espiritual, la pérdida de la comunión con Dios: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?” (Gen. 3:8,9).
 
Aunque el pecado no se hereda, ya que el pecado es algo que se comete personalmente (1 Jn. 3:4; cf. Rom. 5:12). Nosotros sufrimos dos maldiciones, o consecuencias, del pecado de Adán, y estas son, una tierra maldita, y un cuerpo maldito. En cuanto a la muerte espiritual por el pecado, la llegamos a sufrir cuando elegimos pecar (cf. Is. 59:2; Ez. 18:20; Rom. 3:23; 6:23).
 
En semejante situación, nuestras propias “buenas obras” no nos podrían salvar de la culpa y condenación por nuestros pecados. Un pecado condenó a Adán, y no fue exonerado por buenas intenciones u obras. Podemos obedecer la ley de tránsito mil veces, pero somos culpables por la ocasión en que no lo hicimos. En fin, todo pecado tiene la potencia de sujetarnos a esclavitud de condenación (cf. Jn. 8:34; Rom. 6:17-23).
 
La sublime gracia de Dios
 
En su gracia Dios concede el perdón absoluto y gratuito. Para ello Dios desarrolló un plan de redención. Debemos volver a la Biblia para entenderlo. Dios prometió que un descendiente de la mujer derrotaría a Satanás (Gen. 3:15), este también sería descendiente de Abraham y mediante él todas las naciones serían bendecidas (Gen. 12:3).
 
Los sacrificios de animales bajo la ley mosaica enfatizaron que el pecado trae la muerte y exige el perdón, “Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Lev. 17:11).
 
Dios reveló más de su plan cuando reveló que haría un nuevo pacto, y que en aquel tiempo el pecado sería perdonado, “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto… perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:31-34).
 
El Mesías sería la ofrenda de misericordia, es decir, el sacrificio completo, perfecto y suficiente, por el pecado, “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:5,6).
 
El apóstol Pablo escribió: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Rom. 5:6-10).
 
Verdaderamente es maravillosa, la sublime gracia del Señor.
 
Condiciones para recibir la gracia de Dios
 
La recepción de la gracia es condicional a la obediencia al evangelio, aunque la provisión de ella está disponible para todos. Dicho de otro modo, Dios ha expresado su gracia para que todos sean salvos, pero serán salvos solamente los que acepten su gracia obedeciendo a las condiciones de perdón. Estas condiciones de perdón son la justicia de Dios revelada en el evangelio (Rom. 1:16,17).
 
Cristo murió por todos los pecadores (Rom. 5:8), pero los pecadores llegan a ser salvos por medio de la fe (Ef. 2:8), y la fe involucra obras de obediencia (Sant. 2:26). Sencillamente, la gracia no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia. ¿Serán salvos los desobedientes?
 
Considérese el caso de Noé, “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gen. 6:22), “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Heb. 11:7). ¿Noé no hizo nada, pero absolutamente nada, para alcanzar la gracia de Dios? La Biblia nos informa que el esfuerzo de obediencia de Noé fue la respuesta de fe mediante la cual alcanzó la gracia de Dios.
 
Considérese el caso de Josué, “Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra…” (Jos. 6:1-5), “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días” (Heb. 11:30). ¿Josué no hizo nada, pero absolutamente nada, para alcanzar la gracia de Dios? La Biblia nos instruye indicándonos que el esfuerzo de obediencia de Josué, y el pueblo con él, fue la respuesta de fe mediante la cual alcanzó la gracia de Dios.
 
Considérese el caso de Naamán, el sirio leproso, ¿recuerda la historia? “El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (2 Rey. 5:1-14). ¿Naamán no hizo nada, pero absolutamente nada, para alcanzar la gracia de Dios? Nuevamente, la Biblia nos enseña que el esfuerzo de obediencia de Naamán fue la respuesta de fe mediante la cual alcanzó la gracia de Dios.
 
Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de recibir la gracia de Dios. La sangre de Cristo fue derramada para el perdón de los pecados (Mat. 26:28; cf. Heb. 9:14), y el perdón de los pecados es condicionado a la obediencia al evangelio: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38; cf. Luc. 24:47; Mar. 16:15,16).
 
Los cristianos que hubieren pecado son instruidos por Dios a confesar arrepentidos sus pecados, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9; cf. Hech. 8:22).
 
Los cristianos en el primer siglo disfrutaron del perdón de los pecados y decían al mundo que Cristo: “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apoc. 1:5). El registro inspirado en Hechos nos indica que aquel lavamiento es posible cuando el creyente se levanta para ser bautizado, “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hech. 22:16).  
 
Los casos bíblicos de conversión indican que el pecador debe hacer algo específico para alcanzar la gracia de Dios. ¿Hemos estudiado detenidamente un asunto tan importante? ¡Debemos hacerlo cuanto antes!
 
A los efesios el apóstol Pablo escribió, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8,9). En consideración de este pasaje preguntamos, ¿qué hicieron los efesios para ser salvos por gracia? Es decir, ¿cómo expresaron su fe respecto al mensaje que les fue predicado? Esto es crucial, cada cual obedece lo que aprendió. Por lo tanto, ¿qué aprendieron los efesios? Sin duda alguna Pablo les instruyó bien (cf. Ef. 1:13; Hech. 19:1-7; 19:17,18; 20:21).
 
Por su gracia, maravillosa, sublime, Dios nos da vida en Cristo al resucitarnos con él (Ef. 2:5,6), tal resurrección sucede cuando “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Col. 2:12). La Biblia desconoce alguna otra resurrección anterior al “un bautismo” (Ef. 4:5; cf. Mat. 28:19,20).
 
El plan de Dios, en su maravillosa gracia, involucra que andemos en buenas obras, es decir, que aprendamos a vivir en Cristo (Ef. 2:10), sujetos a él como nuestra cabeza (Ef. 1:22,23), participando como miembros fieles junto a otros discípulos (Hech. 9:26).
 
Perversiones de la gracia
 
Son demasiadas las “perversiones” de la única versión bíblica respecto a lo que es la gracia de Dios, y de lo que ésta hace por el pecador. Una de las perversiones más populares es la doctrina de la sinceridad sola, la fe sola, o la gracia sola. Sin embargo, y nuevamente, aprendemos de la Biblia que la palabra de la gracia (Hech. 20:32) requiere la obediencia de fe (Rom. 16:26), lo cual concuerda con el principio indiscutible de que ninguno será justificado solamente por la fe (Sant. 2:24).
 
La fe es una obra, o condición de gracia, “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Jn. 6:29). En fin, debemos obedecer a Dios, para que él nos confiera su gracia, “porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor” (Gal. 5:6).
 
La obra directa del Espíritu Santo para la conversión, y la popular “gracia irresistible”, también son perversiones de la doctrina bíblica de la gracia. Dios no hace acepción de personas (Hech. 10:34). Afirmar que Dios salva contra la voluntad, o a pesar de ella, a los que serán salvos indica que él también es responsable directo de los que se perderán. No obstante, la Biblia es elocuente al señalar que Dios responsabiliza al hombre de que oiga, crea y obedezca usando su libre albedrío (cf. Mar. 4:24; 16:15,16; Hech. 17:30; 22:16). Los que rehúsen obedecer al evangelio se perderán (1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8).
 
“Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:3,4)
 
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9).
 
Algunos no creen necesitar ser miembros de la iglesia que Cristo estableció. Es necesario “predicar a Cristo y no a la iglesia” nos dicen, pero la iglesia es el cuerpo de Cristo (Ef. 1:22,23), “y él es su salvador” (Ef. 5:23). Todos los salvos por gracia son la iglesia (Ef. 2:16-22). ¿No será necesario revisar si nuestro concepto de “iglesia” es según las sagradas Escrituras?
 
Una objeción común es la afirmación de que el bautismo es una obra de mérito. No obstante, una condición que Dios ha estipulado para recibir su maravillosa gracia no es una obra de mérito, “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
 
No son pocos quienes han puesto su esperanza en algún tipo de “segunda oportunidad” luego de la muerte. Oraciones y misas por los muertos, bautismo por los muertos, una segunda oportunidad después de la resurrección, alguna supuesta predicación que ocurrió en el hades, etc. No obstante, la Biblia dice que el destino de cada cual queda sellado al momento de morir, “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb. 9:27).
 
¿Qué hacer?
 
Los cristianos debemos difundir la noticia de la salvación por la gracia de Dios, tal como ha sido revelada en el Nuevo Testamento. Debemos procurar que todos los hombres se enteren de la sublime gracia de Dios, “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11).
 
Señalando a Jesucristo, el apóstol Juan declaró: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:16,17).
 
 
¿Ha recibido usted la gracia de Dios?