Llevando adelante la obra de Cristo

 
Por Josué Hernández
 
 
Yo creo que “hay un Dios en el cielo” (Dan. 2:28), quien “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida” (Gen. 2:7), quien “nos ha hablado” (Heb. 1:1-2), quien “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). El santo Hijo de Dios, quien vino a salvar al mundo (Jn. 12:47) “para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:28), “llamar… a pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:13), “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10).
 
Al principio de su ministerio, el Señor Jesús enfatizó el anhelo divino de salvar las almas de los hombres: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Mar. 1:17). Esta lección nos permitirá observar cómo Jesús personalmente se esforzaba por lograr esto, y luego, cómo sus discípulos le deben imitar.
 
La misión de Jesús
 
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando… Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:35-37), y en su amor les predicó públicamente (Mat. 4:17,23), y se dolió cuando la mayoría rechazó su palabra (Mat. 23:37).
 
A pesar de lo anterior, Jesús reaccionó con misericordia frente al individuo, a pesar de que las masas lo rechazaron, e incluso “muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Jn. 6:66).
 
Sin duda alguna, Jesús hizo su obra más importante a nivel personal enseñando, por ejemplo, a individuos tales como:
  • Nicodemo (Jn. 3:1-22; 19:38-42). Un líder religioso que más tarde incluso ayudó José de Arimatea sepultar a Jesús.
  • La mujer samaritana (Jn. 4:1-42). Una fornicaria cuya vida fue cambiada por Cristo, y que a su vez, condujo a muchos otros a escuchar el evangelio y obedecer.
  • Zaqueo (Luc. 19:1-10). Un rico recaudador de impuestos a quien la salvación llegó cuando un día Jesús le visitó en su casa.
  • María (Luc. 10:38-42). Ella se sentó a sus pies para aprender de las verdades espirituales que Cristo trajo del cielo.
  • Cleofas (Luc. 24:13-32). Quien mientras iba camino a Emaús conversó con Jesús, y su corazón ardía cuando escuchaba las palabras de Cristo.
El traspaso a los apóstoles
 
El Salvador traspasó a sus apóstoles su misión de buscar para salvación a los perdidos, primero en una comisión limitada (Mat. 10), y luego, después de su resurrección, en la gran comisión, a escala mundial:
  • “…id… haced discípulos… bautizándolos… enseñándoles… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo…” (Mat. 28:18-20).
  • “…Id por todo el mundo… predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo…” (Mar. 16:15,16).
  • “…Así está escrito… así fue necesario… que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas” (Luc. 24:46-48).
  • “…y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
 
En la gran comisión, el Jesús dejó sobre los hombros de sus apóstoles una gran responsabilidad. Considere lo siguiente:
  • La gran afirmación: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”.  
  • El gran encargo: Traer a todos los hombres bajo la autoridad de Cristo.
  • La gran promesa: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.
El traspaso a los salvos
 
Así como Jesús traspasó a sus apóstoles su misión de buscar para salvación a los perdidos, los apóstoles traspasaron su misión a la iglesia. Los cristianos se esforzaron por sembrar la semilla del evangelio en todo el mundo (Col. 1:6,23), sintiéndose con la deuda de enseñar a otros hasta que todo el mundo estuviese a los pies de Cristo. Esta es la misma deuda que experimentaba el apóstol Pablo (Rom. 1:14,15). En fin, los fieles e idóneos aprendieron “para enseñar también a otros” (2 Tim. 2:2).
 
Los cristianos del primer siglo aceptaron este desafío.  Los dispersos de Jerusalén “iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hech. 8:4). La iglesia en Tesalónica predicó la palabra hasta que el evangelio se oyó en todo lugar (1 Tes. 1:7,8). Debemos aceptar este reto también.
 
Este es el mayor programa de trabajo personal que Dios nos ha encomendado: La ley de la procreación. Este programa de trabajo personal es tan seguro, así como una bellota producirá un roble, que cuando un cristiano planta la semilla del evangelio ésta semilla producirá otro santo. Para lograr esta tarea, se necesita un cristiano dispuesto y sabio.  
 
Dispuesto. “…Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6:8). El éxito de los macedonios se puede atribuir al hecho de que anhelaban “...el privilegio de participar... a sí mismos se dieron primeramente al Señor...” (2 Cor. 8:3-5). ¿Puede alcanzarse la meta sin una disposición semejante? ¿Recuerda la disposición que manifestaba Timoteo (Fil. 2:20-22)?
 
Sabio. “El fruto del justo es árbol de vida, y el que gana almas es sabio” (Prov. 11:30, LBLA).
El cristiano sabio aplica con prudencia el conocimiento de la Biblia para ganar almas:
  • “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Tim. 4:16).
  • “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).
  • “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Tim. 2:24-26).
  • “…estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15).
El cristiano sabio mantiene un trato prudente con su prójimo con el fin de ganar almas.
  • “…prudentes como serpientes… sencillos como palomas” (Mat. 10:16).
  • “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).
  • Un siervo en todas las cosas a todos los hombres (1 Cor. 9:19-23).
 
Robert Turner brindó un elocuente ejemplo de cómo ser imprudentes en la predicación (enseguida una adaptación). Estamos convencidos de que el trabajo personal, persona a persona, es la mejor manera de enseñar a nuestro prójimo el evangelio de Cristo, así pues, hicimos una visita a nuestro amable vecino. Él nos da la bienvenida con una sonrisa, y la conversación que ocurrió es más o menos así:
 
VECINO: ¡Me alegro de verle, reverendo! He tenido la intención de hablar con ustedes por algún tiempo, pero...
 
PREDICADOR: Si usted leyera su Biblia sabría que sólo Dios es Santo y temible (Sal. 111:9) ¡no debemos ser lisonjeros!
 
VECINO: Lo siento, Pastor sólo quería decir...  
 
PREDICADOR: ¿Pastor?... ¿A caso usted no sabe que el sistema de un solo Pastor es una práctica denominacional y que en realidad los pastores son también los ancianos y obispos de una iglesia local?... Yo no soy un Pastor, yo soy solo un predicador, un amante de las almas perdidas, que llevo el evangelio bendito a las pobres almas en este mundo malo…
 
VECINO: Bueno, uf, don predicador, no quise expresarme así. Usted verá, en nuestra iglesia…
 
PREDICADOR: ¿NUESTRA IGLESIA?... Ustedes comúnmente hablan de SU iglesia como si el Señor no tuviera la suya. La iglesia pertenece a Jesucristo, quien la compro con su propia sangre. ¡Todas las iglesias que los hombres han plantado están destinadas a ser arrancadas de raíz!
 
Entonces, si el vecino nos echa de su casa, siempre podremos explicar su reacción como una persecución, contrarrestando las críticas diciendo: “Realmente le dijimos la verdad”.
 
El traspaso a los pecadores
 
El anhelo de nuestro corazón y nuestra oración a Dios debe ser que los perdidos sean salvos (Rom. 10:1). Pero, el que procura ganar almas, debe darse cuenta del poder de la conversión no reside en sí mismo, sino en el evangelio. No somos más que aquellos que plantan y riegan. Es Dios quien da el crecimiento (cf. 1 Cor 3:6,7).
 
Nuestro deber es el de clamar a voz en cuello y no detenernos (cf. Is. 58:1). Como el centinela que avisó al pueblo de la espada que venía y hubo quienes no se apercibieron y murieron por su propia responsabilidad (Ez. 33:2-11). Como el profeta que debía advertir de parte de Dios, y cuando los pecadores no hicieron caso, la sangre de cada cual recayó sobre su propia cabeza. Así también nosotros, debemos traspasar la responsabilidad de la decisión a los perdidos.
 
El ganador de almas que trabajó duro será salvo incluso si aquellos a los que trató de enseñar se pierdan (cf. 1 Cor. 3:11-15). Sin embargo, el cristiano que no advierte del juicio venidero será responsable: “¿Está todavía la semilla en el granero?” (Hag. 2:19, LBLA). Como Israel deseaba las bendiciones de la cosecha sin sembrar primero la semilla, muchos en la iglesia desean los frutos, y descanso celestial, sin lanzar la semilla del evangelio con perseverancia.
 
Conclusión
 
“El Señor no puso la tarea de la evangelización sobre alguna maquinaria, la colocó sobre los hombres. Todas las formas de comunicación, aunque son útiles, no pueden sustituir el que un santo predique el evangelio a un pecador. Esa es la manera en que se salvará el mundo... si alguna vez pueda ser salvo. Dios no le dio su comisión a los ángeles, ni siquiera a algún comité, sino a los hombres... a los hombres (y mujeres individuales). La iglesia se está reduciendo porque los miembros de ella están eludiendo esto. Y el cielo no está preparado para los vagos” (Ruel Lemmons).
 
Qué maravilloso es tener la oportunidad de seguir los pasos del Señor y continuar su misión. La pregunta es, ¿estás haciendo tu parte?

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