Oraciones

 


Por Josué Hernández

 
Todo el capítulo seis de Mateo expone la enseñanza de Jesucristo respecto a la justicia del reino de los cielos, señalando, específicamente, la relación del hombre con Dios en el ejercicio de actos de justicia.
 
Mientras seguimos avanzando en nuestro estudio en esta sección del sermón del monte, debemos recordar la declaración introductoria, “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 6:1, LBLA). Primeramente, aprendimos que el Señor aplicó este principio a las obras de caridad. Ahora, veremos cómo el Señor aplicó este principio a la práctica de la oración.
 
Lo que no debemos hacer al orar
 
La enseñanza de Cristo comienza con una evidente prohibición: “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa” (Mat. 6:5, LBLA).
 
Al discípulo de Cristo le está prohibido el seguir la corriente de hipocresía religiosa general, como así también, el usar la justicia del reino para promoción personal, procurando el reconocimiento, aplauso, es decir, la recompensa de los hombres.
 
“Si el único motivo para la oración es el deseo de destacarse, entonces, dice Jesús, la prominencia conseguida es la única recompensa” (W. MacDonald).
 
“En este pasaje con los versículos siguientes, Cristo expone toda el área de oraciones hipócritas y ostentosas. El ejercicio apropiado del privilegio de la oración se viola (1) por la elección de un lugar inadecuado para la oración, (2) por el uso de vanas repeticiones y (3) por el empleo de un monólogo largo y detallado. Cada una de estas violaciones recibe la atención específica de nuestro Señor” (J. B. Coffman).
 
Es importante detenernos un momento aquí, para señalar que Jesús no prohíbe toda oración pública (cf. Mat. 11:25,26; Jn. 11:41; Hech. 27:35). El punto de Cristo es otro, como indicamos arriba.
 
Elementos de la oración apropiada
 
En primer lugar, la oración apropiada, y, por lo tanto, aceptable a Dios, es realizada por el discípulo de Cristo para ser visto por Dios, “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mat. 6:6, LBLA).
 
“El mejor lugar para la oración se caracteriza por el secreto, la privacidad y la tranquilidad. El lugar secreto, la habitación privada, la cámara interior, la puerta cerrada: estas son las mejores situaciones en las que se puede ofrecer una oración aceptable” (J. B. Coffman).
 
“Si nuestro verdadero motivo es llegar a Dios, Él oirá y responderá” (W. MacDonald).
 
En consideración de lo anterior podemos afirmar que el adorador sincero y humilde, uno que no está interesado en hacer una exhibición pública en aras de mejorar su prestigio, encontrará que el rincón aislado de su habitación es el más apropiado para sus oraciones privadas.
 
En segundo lugar, y por muy obvio que parezca, la oración apropiada es realizada para ser oído por Dios, “Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería. Por tanto, no os hagáis semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis” (Mat. 6:7,8, LBLA).
 
Los paganos intentaban “convencer” a sus dioses por aburrimiento, con oraciones largas, compuestas de fórmulas que repetían una y otra vez. Los judíos usaban también de fórmulas de oración semejantes, al igual que lo hacen los católicos al usar el rosario, y como aún se practica en las religiones del oriente.
 
“Esto no solo condena las oraciones repetitivas y de memoria, sino que también limita la cantidad de palabras en la oración. ¡Cuán a menudo y cuán atrozmente se viola este mandato divino, y a veces por parte de las mejores personas!” (J. B. Coffman).
 
“Esto, por supuesto, es sabiduría elemental. ¡Un Dios que necesita que le digan lo que los hombres necesitan, ciertamente no podría ayudar si se lo dijeran! Las oraciones que dan información a Dios son tan ridículas como impías” (Ibíd.). 
 
En tercer lugar, aprendemos que Cristo no enseño el llamado “Padrenuestro” del catolicismo, sino una forma, dechado, o patrón, para orar, en otras palabras, Cristo no mandó un ejercicio litúrgico. El Señor dijo, “Vosotros, pues, orad de esta manera” (Mat. 6:9, LBLA) para lo cual se requiere:
  • Simplicidad y sencillez, en contraste con las malas prácticas antes denunciadas.
  • Contenido adecuado (v.9-13), es decir, una oración que comienza con alabanza y reverencia por Dios, que progresa con el anhelo de que la soberanía de Dios se manifieste en la tierra, que continúa con el reconocimiento de las necesidades físicas y espirituales y la petición por ellas, y concluye con alabanza a Dios.
  • Un espíritu misericordioso (v.12,15; cf. Mat. 18:21-35; Sant. 2:13).
 
Conclusión
 
El privilegio de la oración es una de las bendiciones más importantes que se puedan recibir y disfrutar.
 
Cuán importante es, por lo tanto, que nos aseguremos de orar de tal manera que seamos vistos y oídos por nuestro Padre que está en los cielos.
 

¿Es usted un hijo de Dios? 
¿Ora a Dios de la manera que mandó Cristo?