¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?

 

Por Josué I. Hernández

 
En su epístola a los romanos el apóstol Pablo abordó el problema del pecado, señalando, primeramente, que todos han pecado (Rom. 3:23). Luego, el apóstol declaró cómo ser justificado por la fe en Jesucristo (Rom. 5:1,2), y dijo que donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom. 5:20,21). Entonces, el apóstol anticipó una inferencia errónea: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Rom. 6:1) a lo cual respondió enfáticamente, “En ninguna manera” (Rom. 6:2,15).
 
No es el plan de Dios que el cristiano viva en pecado pensando que Dios le estará siempre perdonando. En otras palabras, la gracia de Dios no justifica que el hombre viva en pecado.
 
Frente a la pregunta, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”, cuatro veces Pablo dice enfáticamente “¡no!” y presenta las razones para tal negativa. Queremos estudiar estas razones y hacer las aplicaciones a nuestra vida.
 
¡No! Porque hemos muerto al pecado
 
“En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom. 6:2). Morimos con Cristo en el bautismo (Rom. 6:3,4), el cual es una crucifixión (v.6), el cual es un entierro, una sepultura, “la semejanza de su muerte” (v.4,5). En fin, es el bautismo, no el arrepentimiento, cuando morimos al pecado, muerte que ha de impactar nuestra vida para siempre (cf. Gal. 2:20).
 
Ahora podemos caminar en vida nueva (Rom. 6:4,5), así como Cristo resucitó de la tumba, así también los cristianos resucitamos con Cristo (cf. Ef. 2:5,6; Col. 2:12). Ahora estamos en Cristo (Gal. 3:26,27) y somos nuevas criaturas (2 Cor. 5:17).
 
Ya no somos esclavos del pecado (Rom. 6:6,7). El propósito de morir al pecado en el bautismo es quedar libre del pecado, un punto que Pablo enfatizará más adelante.
 
¡Realmente vivimos con Cristo (Rom. 6:8-10)! Así como Cristo vive para Dios (v.10), nosotros vivimos también (cf. Ef. 2:4-6).
 
¡No! Porque estamos vivos para Dios
 
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 6:11). El pecado no tiene que reinar en nosotros (Rom. 6:12). Estábamos muertos bajo el poder del pecado, y ahora podemos elegir no dejar que el pecado vuelva a reinar en nosotros. Simplemente, ya no somos deudores al pecado (cf. Rom. 8:12,13).
 
Nuestros miembros ahora son miembros de justicia (Rom. 6:13). Podemos presentarnos a Dios como vivos de entre los muertos, como instrumentos de justicia para él (cf. Rom. 12:2). Es decir, podemos glorificar a Dios con nuestros cuerpos (cf. Rom. 12:1; 1 Cor. 6:19,20).
 
La gracia de Dios nos ha liberado del dominio del pecado (Rom. 6:14). El pecado no puede enseñorearse de nosotros. En Cristo hemos sido liberados (cf. Rom. 8:1,2).
 
¡No! Porque debemos servir a la justicia
 
“Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Rom. 6:19).
 
Debemos reconocer que somos esclavos de todo lo que obedecemos (Rom. 6:15,16). Es decir, somos esclavos del pecado o somos esclavos de la justicia (cf. Jn. 8:34). Podemos elegir a quien serviremos, y, por lo tanto, podríamos volver a la esclavitud del pecado. En otras palabras, la apostasía siempre es una posibilidad (cf. 2 Ped. 2:20-22).
 
Los cristianos somos esclavos (Rom. 6:17,18). Pensemos un poco más es esto. Cuando obedecimos al evangelio fuimos liberados del pecado, de la condenación por el pecado (cf. Hech. 2:38; 22:16; Rom. 8:1,2), y del poder del pecado (cf. Rom. 8:12,13). Pero, y he aquí nuestro punto, al mismo tiempo que fuimos liberados del pecado, nos hicimos esclavos de la justicia (cf. 1 Cor. 6:19,20), es decir, siervos de Dios (Rom. 6:22).
 
Así como servimos al pecado, debemos ahora servir a la justicia (Rom. 6:19). Servíamos al pecado con todo nuestro ser. Ahora, ofrecemos todo nuestro ser para servir a la justicia (cf. Rom. 12:1,2; 1 Ped. 1:14-16).
 
¡No! Porque la paga del pecado es muerte
 
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 6:23). El salario por la esclavitud al pecado es la muerte (Rom. 6:20,21). El hombre puede morir por sus pecados recibiendo la paga, es decir, la muerte, por ellos. Tal muerte es la separación eterna de Dios (cf. Apoc. 21:8). Sin embargo, Dios en su gracia ofrece la vida eterna (Rom. 6:22,23).
 
Hemos sido liberados del pecado cuando completamos la obediencia al evangelio (Rom. 6:2-14; cf. 2:8). Evangelio que contiene un plan de salvación (Rom. 1:16,17; 3:21; cf. Mar. 16:15,16; Luc. 24:47; Hech. 2:38,41; 18:8). El cual tiene como base la sangre de Cristo (cf. Mat. 26:28; Hech. 22:16; Apoc. 1:5). Ahora podemos ser esclavos de Dios por la obediencia (Rom. 6:15-19). Ahora podemos producir el fruto de la santidad, el cual a su vez nos conduce a la vida eterna (Rom. 6:22; cf. 2:4-11).
 
Conclusión
 
Entonces, “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”  
  • ¡No! Porque hemos muerto al pecado.
  • ¡No! Porque estamos vivos para Dios.
  • ¡No! Porque debemos servir a la justicia.
  • ¡No! Porque la paga del pecado es muerte.
Pablo respondió, “En ninguna manera... En ninguna manera” (Rom. 6:2,15). ¿Respondemos de la misma manera que Pablo? ¿Seguimos encadenados bajo el poder del pecado o hemos sido liberados de él?
 
Si quiere ser liberado del poder del pecado, y quiere hacerse siervo de Dios, y quiere recibir la gracia de Dios en Cristo, debe obedecer al evangelio, el cual es el poder de Dios para su salvación (Rom. 1:16; Mar. 16:16).